Epilogo.

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Habían pasado dos años desde aquella salida del hospital. María José y yo estábamos en la cama, ella muy en su lado, estaba roncando, ayer tuvimos un día muy agitado, ella salió de una audiencia muy pesada y yo con todos los lios entre la boda de Elena que es hoy  (porque si, al fin elenita se nos casa) los vestidos junto con el cabaret fue una combinación terrible.

Habían pasado dos años de muchas cosas trágicas, descontentos, una que otra pelea, no la verdad, fueron muchas, desamor y amor... hemos logrado por fin estar en paz. Y pensar que después de mucho logramos ser felices.

De cuentas claras, Kim está pagando su condena en una cárcel en otro estado muy lejos de aquí, le pedimos a un juez que la trasladaran y tras conocer a María José, accedieron. Sus influencias en el medio nos habían ayudado. Lucia también está pagando quince años de condena por complicidad, la última vez que la vi, fue porque me habían pedido declarar. Ya no era mi amiga y estábamos mejor así. María José se portó como una pantera con ellas. Las refundio en la cárcel, esperó a que yo saliera del hospital, para que con el látigo se su furia hiciera pagar todo. No le era suficiente. Tenia mucha sed de venganza, de venganza ciega.  No descansó hasta que todo lo solucionó.  Tenemos allí unos temitas pendientes ella y yo.

Nos hicimos de nuevo la familia más rica de toda la ciudad, rica. O sea rica, teníamos los millonsotes desde... bueno, la muerte de Alejo, que me había dejado y heredado todo. Estábamos entre las diez familias más ricas del estado. Tomando el número #5. Había hecho su testamento, también fue un proceso difícil para mí y para María José. Y entre todo, yo me había recuperado considerablemente de la depresión que adquirí al no superar tanto, desde que, lo vi dispararse por razones que ahora entiendo no fueron mi culpa.

– buenos días... mi amor – me dijo María José. Estaba tan absorta de todo que no me di cuenta de que ella me estaba viendo. Tenia los ojos sobre mi con una sonrisa, había dormido más que bien.

– Buenos días, princesa... – sin mucho titubeo, aún estábamos debajo de la sábana blanca y la luz alumbraba la habitación, me atrae para darme un beso, un beso en la boca que desde hace mucho dejo de pedir permiso, con tanto deseo, con tanto ella. Se monta encima mío y a lo que va. Teníamos mucho sin compartir la cama así. Igual yo la anhelaba.

– ¿nos despertamos bravas? – le dije en un jadeo, estaba besando mi cuello, feroz.

– ¿me quitas lo brava? – ronroneo en mi oído. Su cabello rubio caía por al frente, alborotado.

Nos besamos sedientas una de la otra. Empece a quitarle la bata de seda color rosa que tenía, deslizando la por su cuerpo, que todo el me hacía temblar. Ella no perdió el tiempo, empezó a desabotonarme la blusa de manga larga que tenía. Ella hora estaba en bragas, unas bragas negras que me ponían tanto. Con mucha desesperación rompió los últimos botones de la pijama.

– María José – le dije dando un susto. Me agarré la ropa, tapando mis pechos, no tenía nada debajo y como si ella no hubiera visto nada.

– upps – dijo deteniéndose. Nos salimos de entre las sabanas. – prometo, no volver a hacer eso, con alguna de tus prendas.

– cállate – la enrolle con las piernas para que siguiera en lo que estaba. Aparentemente también mi pantalón le estorbaba porque aunque no me quitó la blusa me quitó el pantalón.

Beso, acaricio y lamió partes de mi cuerpo que me hicieron gemir alto, sin pudor ni nada, tan exquisito.

Estaba en mi entrepierna y sujete su cabello mientras hacía el trabajo estupendo de hacerme sentir la más deseada de todas las mujeres.

– María... – dije gimiendo, fue un segundo. Ni su nombre terminé, me mordi fuerte el labio. Se acercaba mi orgasmo y lo quería tanto, lo necesitaba.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora