CAPITULO XXII

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Estoy despierta en la madrugada. Dando vueltas por doquier en la cama. Maria Jose está más que dormida y ella si que tiene el sueño pesado. He tomado mis pastillas, no he cenado, no tengo nada que me preocupe. No entiendo por qué no puedo dormir y me frustra no poder hacerlo, me desespera ver el techo blanco la pared pintada de azul rey y garzas dibujadas sin mencionar que cuando me doy vuelta a la derecha el ventanal que da a una pantalla de oscuridad por la noche. El silencio me abruma y no me hace bien, siento que mis pensamientos presionan cada vez más fuerte sobre mi. Me bajo de la cama, tomo la bata que está en el perchero y salgo del cuarto con sumo silencio recogiendo mi teléfono del buró al pasar. Bajo las escaleras a la cocina y Bruno está en la sala.

– ¿que haces aquí niño? – le susurro. El se espanta y deja de mirar su teléfono por un momento para sobresaltarse.

– mamá, no te oí llegar – apaga la pantalla y se pone la cara en las rodillas.

– ¿que pasa cariño, está todo bien?

– no se, no podía dormir tengo una desesperación en el pecho. – tiene la cara preocupada y suspira pesado mientas hablamos bajito.

– parece que nos pasa lo mismo, tal vez es tanta azúcar, o no se...

– tal vez – se recoge el cabello largo hacia atrás. – baje para poder cansarme y luego subir a dormir. Luego a la mañana no me podré levantar y quedé con Moi.

Me quedo mirando el ventanal de afuera que da a las pocas luces de la cuidad. Bruno está aquí, ¿Por qué?.

– acuéstate aquí mientras vemos la televisión, pondremos algo entretenido, pero bajito – le levanto el dedo índice – para no despertar a tu madre. Y así hasta que tengamos sueño.

– Bueno, me gusta la idea. – sonríe, se pone me mis piernas y prende el televisor para ver Netflix. Pone una serie, es de acción por lo que si te capta. Y así nos acabamos cuatro capítulos.

Entre que le acaricio el cabello y muevo ligeramente la pierna Bruno se ha quedado dormido. Respira más tranquilo y apagó el televisor. Por otro lado a mí no me ha entrado el sueño. No se que sucede. Es como una preocupación que tengo sobre algo, tal vez un presentimiento, pero no creo en esas cosas así que ni siquiera lo considero. Me siento presionada y viajo constantemente en mis pensamientos me acomodo en el respaldo del sofá para poder descansar en la esquina y esperar a que me gane el sueño cuando lo haga.

Reviso mi teléfono y hay mensajes de confirmación de Elena para un trabajo en el cabaret. También hay cosas de mensajes de mi familia.

No uso mi teléfono para nada más que ahora comunicarme con mi familia y con cosas del trabajo, ahora que lo pienso casi no tengo amigos. Que diablos, a mi edad pensando en estás cosas. Pero no los tengo, no tengo amigos cercanos. Que vergüenza. Poco a poco me quedo dormida, superficialmente, como siempre.

Poco tiempo después el sol por el ventanal me molesta. Bruno ya no está y me siento desubicada. Reviso la hora y son las seis y cinco de la mañana. Mierda. Me duele la cabeza, no tengo batería suficiente. Regreso a mi habitación para poder buscar el cargador y ponerle batería pero no lo encuentro.

Lo dejo en la mesa de noche y vuelvo a bajar las escaleras. Estaría bien preparar el desayuno hoy para Maria Jose. Así que voy a la cocina para preparar hot-cakes. Preparo café y me voy sintiendo mejor en lo que va del tiempo distraída. Estoy tan centrada en hacer perfectamente las cosas que cuando me doy la vuelta Maria Jose está en la meseta mirándome. Me asusto bastante tirando la espátula al suelo. Diablos.

– ¡mierda! – me coloco una mano en el pecho y me agachó tratando de tomar aire, levantandome.

– ¿Tan mal me veo en las mañanas? – bromea llegando hasta donde estoy y tomarme por la cintura.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora