Los buenos recuerdos son como una melodía bonita, nunca quieres que terminen. Pero lamentablemente hay que detenerlas. Hay que tocar tierra, hay que poder hacer a la realidad la única verdad.
Recordando las veces en la que estuve con Paulina cerca mío. Cómo si pudiera oler su piel y el aroma de su cabello. Y mi mayor miedo es olvidarme de su voz, de ese tono particular. Cierro los ojos al pensar en eso, la vida dio tantas vueltas, Cuando pensaba que podía estar con la mujer más maravillosa y que la vida nos había recompensado por haber sufrido tanto, se da la vuelta y me pega en la cara, dándome una buena hostia.
– ¡Sorpresa! – dice Eleonor asomándose por la puerta energéticamente, volteo mi rostro por las lágrimas que amenazaban con salir y que veridicamente se escapan – lo siento... – suelta ella en un susurro.
Me pongo de pie y me doy la vuelta para poder respirar mientras finjo observar los libros del estante. Que pésima escena, no me gusta que una mujer con la que no tengo el mínimo de conversación me vea llorar, por qué una cosa es que me vean los cercanos a mi rota, pero nadie más. No más.
– está bien Eleonor, no pensé que vendrías tan pronto... – le digo ya más serena.
– me pediste que viniera a las cuatro y he dado tiempo para que puedas coger tus cosas e irnos... Te mandé un mensaje...
– ah, no... No lo vi. Lo siento. – me doy la vuelta a verle, sus ojos verdes se posan brillantes, tiene el ceño fruncido preocupada. – dame cinco minutos y nos vamos – le sonrió ampliamente, ella sale de la oficina sin decir nada y cierra la puerta.
Ufff... Tal vez las hormonas me tienen muy sentimental o algo, seguro es eso. Vamos Maria Jose que no es la primera vez que pasa.
Bajando del edificio a la recepción la encuentro sentada perdida en su móvil, las piernas cruzadas y el cabello despeinado.
– Nos vemos Carmencita – le sonrió a la recepcionista con una sonrisa amplia para llamar la atención de Eleonor, quien un segundo después me voltea a ver de reojo. Y aunque he estado volteando, rápido lo noto.
Me pongo de pie cruzando mis manos frente a ella, por qué parece no ceder, parece crío regañado. Y río leve.
– ¿Nos vamos? O... ¿Quieres que te lleve tu hotel?
– salgamos del edificio... – ella se pone de pie y camina, la sigo despidiéndome con la mano de Carmen.
– ¿sucede algo?
– No lo sé. Es que, parece que no estás bien y que... Te noto perdida, pero es como si tuvieras todo controlado también.
– vamos a ver. – le sonrió. – estoy perfectamente bien... Es todo. Pero si quieres que se cancele el recorrido ¿Pues que le hacemos?
– Te invite por qué me pareció excelente la idea de salir a conocer la cuidad con alguien con quién seguro ha conocido magníficos lugares... No lo cambiaría por nada – me mira directo a los ojos, un verde olivo brillante y quedito.
– pues, andando – señaló mi auto que está en la parte de enfrente de la calle. Una vez cómoda en mi asiento y asegurándome que ella ya está bien le miro. – ¿quieres ir a comer algo?
– mmm, ¿que te parece si damos la vuelta por algún lugar bonito. Que sea una atracción y luego vamos a cenar? ¿no te apetece la idea? – sugiere levantando las cejas.
– ¿ok? Me gusta. – pongo en marcha el coche. – y... ¿Cómo ha ido el día de hoy? – le digo rompiendo el hielo de la conversación.
– Pues, bien. Creo que aún no me acostumbro al horario, o sea una semana. – ella resopla y se acomoda el cabello – pero creo que no es nada del otro mundo. – sonríe volteandome a ver.
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LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR
RomanceMe decían que es de tontos caer tres veces en la misma piedra, pero es que era una piedra sobre la que merecía caerse, resbalarse y hacerse herida. Parece que después de la boda de Paulina y Maria Jose todo está yendo bien. Hasta que...