CAPITULO LXII

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Estaba sentada en la silla donde está mi escritorio, mirando desde la perspectiva de quién se sienta frente mío, como yo comúnmente lo haría... Me doy cuenta de tantas cosas, la primera es de la basura de persona que soy la segunda es que de nada me sirve todo lo que tengo si no la tengo a ella. Al principio, recuerdo que cuando nos íbamos a casar, reconsidere muchísimo la posibilidad pues, nos habíamos lastimado mucho. No valía mucho la pena para mí regresar en especial si estaba intentando algo con Kim; que idiota. El amor mil veces podría encontrarlo con ella, sufrir hasta los huesos nada más por alguien así vale la pena. Cada maldito segundo de lágrimas lo valía si ella después de esta pesadilla podía mirarme a los ojos y decirme que todo iba a estar bien, no entiendo que tanto mal hago, que tantas malas decisiones tengo que tomar para que las cosas no funcionen como deben hacerlo sencillamente podría estar siendo feliz con ella a mi lado, mi familia creciendo y nada de esto estaría pasando. Y con esto ha pasado una semana...

Me siento hundida, en sencillas palabras que solo me salen de la nada, estoy hundida. Le fallé y le sigo fallando. Me dejó por qué le fallé de la peor manera, simplemente por despecho y eso no se vale. Tuve miles de oportunidades de decir que no. Pensar también que no lo disfruté sería una canallada de mi parte, por lo que no lo pensaré más. Es solo que, sus palabras me retumban aun en la cabeza. Deseo a cada minuto sus labios y soy incapaz de concentrarme en lo que sea que quiera hacer, es totalmente difícil, totalmente complicado.

Ese mismo día en la mañana:

– cariño, yo sé que te falle, pero porfavor contesta el móvil, puedo explicarte, bueno es difícil, porfavor...

Le cuelgo puesto que Bruno baja por las escaleras casi diciendo "Mamá, voy llegando"

– mamá, ¿Estás bien?

– si, Bruno. ¿Por qué lo preguntas?

– te noto muy pálida desde días atrás y no se, me preocupa. Otra vez dejaste de comer y me da preocupación.

Estoy a diez segundos de volverme loca cuando el me abraza, ya está un poco más alto que yo y siento que las lágrimas me van a salir de nuevo, he estado arrepentida tantas veces que parece que vivo en la penumbra de un nada.

– Todo se pondrá bien con lo del abuelo, ya verás... Además, la familia seguirá siendo siempre familia.

El sonríe mientras se aleja

– hay que irnos... – agita las llaves mientras sonríe al irse con su raqueta

Tocan a la puerta, haciendo que salga de los recuerdos, nunca me dejan estar tan a solas, lo cual agradezco.

– Licenciada Riquelme, lo busca el señor Ernesto de la Mora. – me dice Diana solo asomándose en la puerta.

– ¿Ernesto? – le digo casi incrédula a ella quien asiente sonriendo – bueno, hazle pasar. – le sonrió y me levanto de la silla.

Camino a mi silla, para que el pueda tomar asiento.

El entra a la oficina, sonriendo a la secretaria por qué le está ofreciendo café y solo lo miro. Ha pasado tanto tiempo, todos nos vemos diferentes y el no podía ser la excepción, tiene más ojeras, está envejeciendo y las canas se le notan más.

– Maria José, disculpa haya venido así de la nada a verte. Pero me urge hablar contigo.

– Claro, Ernesto, toma asiento.  – le señalo

El se sienta en las sillas del despacho, mira las flores que aún permanecen algo frescas y sonríe.

– un arreglo muy grande, parecerá una locura, pero casi tiene el aire de Paulina.

LA CASA DE LAS FLORES: UNA HISTORIA PARTICULAR Donde viven las historias. Descúbrelo ahora