Un té y un café

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Exactamente había pasado una semana y media conociendo Nueva York. Viajando en esos recorridos de turistas por la ciudad, conociendo lugares tan banales para los demás, pero para mi, encantadores. Quite el rastreador al instante en que Natasha había dejado mi habitación aquella noche y me aseguré de no tener algún otro en mi mochila o algo parecido.

Mi padre ha decidido que su mejor opción es dejar un mensaje por día para ver si me encuentro bien. Claro, después de 2 días completos donde estuvo llamándome más de 30 veces cada 5 minutos hasta que me canse y agotada por su comportamiento decidí decirle que me dejara en paz y volvería a casa cuando fuera prudente.

Lo irónico es que esa casa no era mi casa. No se sentía como una casa para mi. Estaba completamente segura que no podría sentirlo como mi hogar, al menos no en mucho tiempo.

En este tiempo la mujer rara. Natasha Romanoff no ha aparecido, ni siquiera la he encontrado en la calle en uno de mis tantos recorridos. Eso era extraño, su presencia lo era y aún así me daba la sensación de querer verla otra vez. Ella era demasiado intrigante.

Igual he sentido que alguien siempre está observándome, pero es normal, ¿no? La cantidad de gente que habita Nueva York es estratosférica, todo ese ruido por la ciudad, la multitud de personas cruzando las calles. La forma en que todos eran aquí estaba fuera de lo que yo era. Era completamente normal que una persona neoyorquina se le quedará viendo a uña bicho raro como yo.

Estaba entrando a un Starbucks's para pedir algún té que podría ayudarme un poco a relajarme de la cansada caminata que había decidido hacer por mi cuenta hoy. Estaba tratando de aprenderme las calles yo sola y aunque no me había ido mal, estaba agotada. Mis pies dolían mucho.

-¿sería todo?-preguntó el joven que tomaba mi orden y asentí.

-Bueno, puedes agregar una dona. De chocolate-anotó en la pantalla del monitor.

-Agrega una galleta de avena y un café Americano cargado-esa voz-yo pago.

Con el miedo del mundo gire y ahí estaba ella. Botas negras con algo de tacón, jeans ajustados a sus piernas de un azul mezclilla oscuro, una blusa corta color blanca que dejaba ver un poco de su perfecto y trabajado abdomen, una chaqueta de cuero que la cubría del viento que hacía hoy. Su cabello iba con algunas ondas rebeldes y prácticamente nada de maquillaje, solamente sus labios en un labial rojo Borgoña que hacían ver sus labios un poco más gruesos de lo que solían ser.

-¿Te quedarás ahí hipnotizada viéndome o iremos a buscar algún lugar para sentarnos?-me golpee mentalmente por dejar que me sucedieran esas cosas-ahg, vamos.

Su mano tomó la mía jalándome en busca de algún lugar vacío. Su tacto provocaba que mi estómago se sintiera revuelto, un sudor frío invadió mi cuerpo y yo estaba muriendo lentamente de nerviosismo. Una mesa libre estaba hasta el fondo del lugar, ella me arrastró hasta allá. Su mano apretaba la mía, no haciéndome daño pero sí lo suficientemente fuerte para que no me pudiera alejar.

-Siéntate- eso sonó a una orden-por favor.-¿esa frase salió de sus labios? Hice lo que ella pidió sin protesta.

-¿Qué haces aquí?-fue lo primero que salió de mis labios y ella enarcó una ceja al sentarse.

-Pensé que no tenía carácter-una pequeña mueca se posó en sus labios-chequeo de rutina.

-No eres una doctora y yo no soy tu paciente-ella mordió levemente su labio y su mirada se tornó algo oscura-¿Te ha mandado mi padre?

-No obedezco órdenes de tu padre. Buscarte aquel día fue más por cortesía.-bufé y rodé los ojos. Eso parecía molestarle.-¿cuándo regresaras a tu casa?

Bad romance Donde viven las historias. Descúbrelo ahora