Parte 55 "Pintando el gris"

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En serio quería pegarle a Naruto, quería hacerlo, pero no era un personaje animado como para darle una golpiza, además el ninja lograría derrotarla con facilidad, pero es que a veces era tan imbécil, lo único que Simona pudo hacer fue tirarle un par de palomitas al televisor, aunque era bastante estúpido porque ella sería la que tendría que limpiar, pero al menos desfogaba su frustración de esa manera.

De pronto sonó su timbre, así que pausó la pantalla y caminó a la ventana, inevitablemente sonrió al ver la Toyota aparcada y corrió abajo sin importarle sus fachas, no era ese tipo de chicas que se apabullan ante el desparpajo, ella en sí misma podría ser un desparpajo andante, con sus pantuflas de Sullivan y su pijama de dragon ball.

Bajó las escaleras corriendo, aunque no fue buena idea porque le faltaba el aire cuando llegó al primer piso, nada novedoso teniendo en cuenta sus condiciones físicas, así que ella optó por no prestarle mucha atención a sus pulmones, ni a la taquicardia que tenía, adjudicó ambas cosas a la emoción y el enamoramiento, ambas cosas mucho más factibles -a su manera de ver- que pensar que tenía un pésimo estado físico y que cualquier médico lo atestiguaría, sin embargo Simona odiaba los médicos.

Se abalanzó a sus brazos con una sonrisa, a pesar que jadeaba y era tan diminuta que quedaba como una niña perdida en sus brazos, a pesar de él estar apabullado con su recibimiento la abrazó de vuelta y ella no pudo sentirse más feliz, así que con una enorme sonrisa lo miró saliendo de sus brazos.

-¡Viniste!- Casi sonaba tan entusiasmada como una niña pequeña y él a pesar de su molestia anterior, le devolvió la sonrisa al verla así, casi saltar por verlo tocar a su puerta, lo cierto es que desde que Matt se había despedido de Antoniette tenía muy claro a dónde quería ir.

-No vuelvas a mentirme.- Dijo esta vez más suave- Odio las mentiras.

-Yo no te mentí, sólo omití un detallito.- Respondió ella juntando su dedo pulgar con el índice, señalando la pezuña como muestra de lo pequeño que a su parecer era el detalle.

No había sido tan minúsculo, no para él, pero ahora mismo si le parecía una tontería, ella le había repetido mil veces que su familia no la definía y a él tampoco la suya, así que simplemente volvió a abrazarla y a meter su cabeza en su pelo rosa, olía a goma de mascar, no sólo se veía como una, sus rizos maltratados se enredaron en sus dedos con el friz propio de un cabello que ha sido maltratado químicamente, seguramente por el tinte rosa, pero él simplemente cerró sus ojos sintiéndose tranquilo, en medio de ese torbellino rosa.

El amor podía matar o dar vida y era algo que siempre le había parecido a ella algo extraño, por qué algo que puede hacer daño daba tanta paz, por qué algo que tenía que ser bueno causaba dolor, pero no podía contestarse, no lograba hacerlo porque estaba en una inmensa paz ahí en sus brazos, no había frío, no había nada diferente a su ropa costosa de Gucci y Armani, nada importaba porque él estaba ahí, con su olor a lejía, alcohol y el perfume caro que le gustaba aplicarse, él con sus manías raras que ella adoraba, él que volvía su mundo mejor.

Matt también se sentía en paz, sólo que para él no era tan claro como para ella, no había sido consciente del caos que era sin ella, pese a que eso en sí mismo era una ironía porque ella era un torbellino que le desordenaba la vida, pero a veces ciertos desastres era lo que le hacían falta a un hombre como él para recordarle que estaba vivo, que no era un robot como muchos creía.

Sólo William sabía algo como eso, sólo él podía haber visto que detrás de su frialdad su amigo era el ser más cálido, era un cabrón, se portaba así, pero realmente era un buen sujeto, Matthew sólo pecaba por ser demasiado extremo, por tomarse las leyes y la moral demasiado a pecho, por sentirse un caballero de brillante armadura, sabiendo que era sólo un hombre y que mujeres como Simona no necesitaban ser rescatadas, sólo un compañero de vida y de causa, a él aún le quedaban muchas lecciones por aprender y la rubia de cabello rosa estaba dispuesta a enseñárselas.

Esa noche Simona le hizo el amor despacio, encima de él, lo beso por cada poro, quería llenarse de él, llenarse de todo lo que él podía dar, él tampoco se lo hizo con salvajismo, también fue parsimonioso con sus caricias.

Él no era consciente de la suerte que tenía, pero a pesar de no saberlo disfrutaba de verla caminar desnuda por la casa, de saber cuándo se giraba por encima de su hombro y le brindaba una sonrisa que resaltaba sus hoyuelos y esos rizos aún más revueltos por él haber metido sus manos entre ellos.

Por días...

Por semanas...

Por meses...

Ninguno de los dos se alejó mucho del otro, se concentraban en el día por trabajar y ambos se concentraban en exceso porque los dos eran adictos al trabajo, Matt sobre todo lo era, ella era adicta a dejar huella, a trascender y a disfrutar la vida y resultaba que las redes sociales y cualquier sistema de comunicación era para ella fuente de disfrute, cada pared de esa empresa era muy familiar, había pasado toda su vida allí, así que ese era su mundo, ambos por ende en el día se concentraban en el proyecto, en las noches...

En las noches se vivían, como cualquiera se puede vivir, con cenas, con paseos, con el mar y con la arena, con el sueño y el despertar de una cotidianidad que para ambos se hacía cómoda, para Matt porque el caos que Simona brindaba empezaba a resultarle cotidiano, ya sus días no eran rutinas, no realmente, lo rutinario era entonces no esperar nada, no saber qué iba a suceder con la exactitud anterior, desconocer por completo con qué nueva locura ella saldría y ciertamente resignado las aceptaba porque ella se había colado hasta su gris y lo había empezado a pintar día a día, él no lo notaba y a la vez sí, no era el mismo y eso sobre todo era claro para lo externo.

Ahora sonreía.

Rabiaba.

Desesperaba.

Y se resignaba.

Con ella su personalidad parca brillaba por su ausencia, ahora era sólo un mar de emociones, era tan caótico, sobre todo porque Simona lo minimizaba todo y él intentaba mostrarle que no era pequeño, nada lo era, ni el trabajo, ni sus vidas personales, parecía que ambas se desdibujaban, pero no era así, ambos diferenciaban ambas vidas, ella era diferente cuando trabajaba, más seria, más concentrada, más entregada.

Sin darse cuenta también había dejado de compartir con sus viejas amias, ya no le hacía falta compartir su soledad, porque ya no lo estaba, todo el tiempo estaba con Simona y eso no le parecía agobiante, ni siquiera se lo había planteado, era como si ella fuera una pieza que faltaba y que encajaba bien en sus días ya tan poco rutinarios.

No tenía tiempo, ni tampoco espacio para ver a Antoniette y a Claire, tampoco pensaba mucho en Lindsay, ni en Rebecca, no lo hacía en su padre, los ilícitos, ni en William y su manera de vivir la vida desde la ilegalidad, había dejado de pensar en todo lo que no fuera su propia vida, cada uno de ellos seguía viviendo a su manera, pero no robaban ni uno sólo de los pensamientos de Matthew, no les reprochaba sus mentiras, su forma de hacer las cosas, ni siquiera que indirectamente lo habían involucrado en todo eso, él simplemente tomó distancia, no como la que por un año creyó tomar, no como esa en la cual ellos seguían rondando sus pensamientos como fuente de reproche y de molestia, ahora eran simplemente una nada.

Por eso cuando Simona le había pedido que celebraran su cumpleaños, él no se había negado, había accedido sin objeciones, es más, una parte de él había pensado que era tonto que se lo pidiera, como si fuera su único deseo y de alguna manera si era tonto que ella pensara que no estaría con ella en un día que al parecer le importaba, ella a la que casi nada le importaba le decía que ese día era importante.

Para Matt los cumpleaños eran una tontería, pero entendía que para ella no lo fueran.

Para Simona en cambio sus cumpleaños eran una total celebración, era la certeza de celebrar la vida, de celebrar un día nuevo, de respirar y ahora respirarlo a él.

Una locura llamada Simona [Terminada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora