Capítulo 84

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La causalidad de las almas gemelas que nunca fueron

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Quien concede la lucha acepta la perdida, 

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Quien concede la lucha acepta la perdida, 

quien declara la victoria afronta la derrota, 

por que quien no pierde nunca encuentra, 

dichoso el que perdió y no se extravió al buscarse,

dichoso el que encontró lo que nunca se buscó

y tuvo la fiereza de conservarlo.

Las yemas de los dedos del castaño me acariciaban la espalda y me mandan un cosquilleo que me correteaba todo el cuerpo, erizándome la piel, cubriéndome el frio, si algo pensaba entre las dos y las tres era el desastre que él era, que era conmigo y lo mucho que había anhelado el volver a tenerlo así, junto a mí. Con el cabello alborotado cayéndole en rizos indefinidos sobre la frente, apenas cabíamos los dos en la diminuta cama individual.

—¿Te duele?—preguntó al pasar la yema de su dedo índice suavemente por la parte alta de mi espalda, rozando un moretón—. 

—No, esta bien...son solo moretones—estaba acostada abajo con la mejilla derecha pegada a la almohada, el castaño estaba a mi izquierda y hacía ocho minutos había comenzando a dibujar formas sobre mi espalda, me atravesaba los omóplatos con el pulgar y continuaba con las yemas—.

¿Qué es esto?—preguntaba y dibujaba algo con la esperanza que lo reconociera, dos líneas horizontales unidas por un vértice y unos cuantos pliegues—.

Un árbol—le respondía y este me sonreía con aprobación—.

¿Y ahora?—trazaba volvía a dibujar—.

—El sol—sonreía y él me respondía con una sonrisa aun más grande—.

Haciendo uso de mis manos había despejado el sueño del castaño,

guerra hecha hombre, 

hombre hecho teatro, 

dos por uno por las pesadillas, 

entrada libre para el que se atreva a quedarse hasta el final de la obra.

—Es...—no había entendido la forma esta vez—otra vez, por favor—pedí y este volvió a intentar sus dedos se paseaban suaves y agiles,  como si el mismo hombre estuviera hecho de aire, como de costumbre; desde ahí él comenzó su trazo una vez más—es...¿un gato?—.

—No...intenta otra vez—pidió, ahora dibujando con más suavidad—.

—Es una ecuación—dije y este me miro anonadado—.

Destrúyeme: La Caída Del Imperio Holland [Tom Holland y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora