Thomas Stanley Holland, el mafioso más mortífero de Londres.
Fuerte de piel, débil de alma, se enfrenta a su delirio, debilidad y amoníaco dulce, ___ West.
¿El destino será capaz de unir sus almas o rasgarlos por completo?
Salvame segunda temporad...
"Cuando empezaron a desaparecer hace tres cinco siete ceremonias a desaparecer como sin sangre como sin rostro y sin motivo vieron por la ventana de su ausencia lo que quedaba atrás / ese andamiaje de abrazos cielo y humo.
Cuando empezaron a desaparecer como el oasis en los espejismos a desaparecer sin últimas palabras tenían en sus manos los trocitos de cosas que querían.
Están en algún sitio / nube o tumba están en algún sitio / estoy seguro allá en el sur del alma es posible que hayan extraviado la brújula y hoy vaguen preguntando y preguntando dónde carajo queda el buen amor porque vienen del odio"
—Mario Benedetti (desaparecidos)
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Cinco horas tras la desaparición de Thomas Stanley Holland.
—Helms, habla Osterfield...¿Tom no ha ido por ahí?—Harrison hablaba por teléfono presuroso y deshecho, caminaba de un lado a otro desesperado—.
Habíamos llegado al departamento afueras de Kingston hacía cuatro horas, este se encontraba en un condominio privado, más una casa moderna que un apartamento, una puerta enorme en color negro te daba la bienvenida, el recibidor tenía una mesa de cristal llena de pequeñas esculturas y algo de polvo, al adentrarte más al recinto te topabas con la cocina de granito y dos hornos plateados, pasando la misma se encontraba la una mesa enorme para veinte personas por comedor en color negro y con sillas acojinadas de un color perla, todas las paredes del lugar eran blancas y el piso del lugar era de un blanco más aperlado, habían cuadros de gran tamaño con arte abstracto por las paredes del lugar a excepción de la ultima pared contraría a la puerta, inexistente, era un gran ventanal con dos puertas igual de cristalinas que guiaban a una terraza.
—Déjame ver linda—pidió el doctor, había llegado hacía una hora con las ropas quirúrgicas puestas indicando que ante la llamada de Harrison había tenido que salir vuelto un loco del hospital, tenía la cara pálida y los dedos fríos—¿Cómo esta, Tom?—eligió mal su pregunta, estaba de rodillas frente a mí, que estaba agazapada en el sofá enorme de cuero oscuro y este pasaba un algodón con alcohol etílico sobre la herida de mi rostro—.
—Estoy, ángel...estoy—.
—Ya no esta—escupí sin voz, ya no me quedaban lagrimas que soltar, me sentía tan vacía que como aquel día que llegué a casa y me tomó meses darme cuenta que mis padres y mi hermano jamás volverían—.