Enid

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-Que calor insoportable- dije en voz alta mientras la mitad de la cabeza del walker, caía en el césped.- Odio este clima de mierda- agregué, aprovechando que nadie estaba ahí presente para regañarme por mi vocabulario.

- Grrrr- un caminante se acercó a mi cuello, abriendo su boca, mostrándome una desagradable vista.

- Si, grrr, cómo sea…-mascullé por lo bajo y le corté la frente con mi hacha. Cayó al suelo como un simple muñeco.

Había salido, había roto las malditas “reglas” y ahora esta afuera.
Y me sentía genial. Necesitaba aquello, debía sacarme esa sensación de estar aburrida y atrapada todo el tiempo, sin saber qué hacer. Tal vez, si el tonto Grimes no se hubiera implicado en mi plan de buscar ingredientes para las donas, nadie se hubiera dado cuenta de mi ausencia, como ahora.
Hoy parecía ser un día tranquilo en la cárcel. Esos días cuando no hay excursiones, ni búsquedas, ni nada de cacería o acción. Solo quedarse a hacer las tareas que conllevaba la cárcel para su mantenimiento.

En conclusión…

Un día aburrido.

Por lo que me levanté a una hora, que suponía que era temprana.
No porque me caracterice por ser una persona madrugadora, sino porque no podía cerrar mis malditos ojos y dejarme llevar por el mundo incierto de los sueños.

Bajé tranquilamente y en silencio la fina escalera de mi litera. Me topé con una escena de la más tierna, que hubiera seguido contemplando sino hubiera sido porque tenía cosas más importantes que hacer y no quería parecer una acosadora.

El niño del sombrero estaba durmiendo. Bueno, en ese momento no llevaba el sombrero, pero el apodo se queda.
Se lo veía tan indefenso e inocente, que por un momento al verlo de esa manera, olvidé todo lo que había pasado entre nosotros, que no es mucho exactamente.

Su largo cabello caía sobre el costado de su rostro, sus ojos permanecían cerrados, mostrando con mayor claridad sus pestañas, sus labios estaban entreabiertos y sujetaba con una mano suelta, la almohada. Sus mejillas apoyadas sobre ella, lo hacían ver más tierno y pude notar que tenía unas pocas pecas, en las que nunca antes había reparado.

Aquella imagen se quedaría en mi cabeza por el resto del día. Las personas son completamente diferentes al dormir, se muestra una faceta de ellos tan desprotegida, que resulta extraña pero a la vez confortante.
Volví a recorrer su rostro una última vez, dispuesta ya a irme de aquella celda.

“Lindo”, pensé al verlo dormir.

Sacudí mi cabeza con desaprobación ante aquel desagradable pensamiento.

“Ni se te ocurra, Enid, no hay nada de lindo en el niño. Bueno, de hecho…No, no, no. Nada bueno sale de ese camino de pensamientos. Mejor vete, antes de que se percate que tiene una acosadora de doce mirándolo”.

Al final tanto aburrimiento hace que tenga conversaciones conmigo misma en mi mente.
Únicas conversaciones que no me desagradan en lo más mínimo.
Salir fue lo más fácil. Desde que llegué a este grupo, supe que necesitaban más seguridad, era muy mala la que presentaban, cualquiera podría saltar las rejas en plena madrugada y nadie se daría cuenta. La inseguridad es un tema primordial e importante en un grupo, pero dadas las circunstancias y pensando en mis propios beneficios, no quería ser yo la persona que se los dijera.

Aunque vi a Carol en la “cocina”, por lo que tuve que cambiar un poco mi ruta de escape. Tal vez, no me había levantado tan temprano.

El punto es que estoy afuera, sintiendo el mismo aire podrido y horrible que siento en la cárcel, a diferencia de que aquí no hay rejas, es campo abierto y hay un gran espacio por el que caminar.
Pero eso no significa que el espacio esté libre. Hay Walkers esperando desgarrar mi cuerpo. Plan que disfruto de frustrar, puesto que antes de salir tomé mi hacha chica.
Si algo me enseñó mi padre, fue a mantener bien seguras y escondidas las cosas. Por lo que llevo conmigo misma el cuchillo de mi madre y el hacha chica de mi padre. Bastante irónico, puesto que uso más el de mi padre, que no le tenía demasiado afecto, que el de mi madre, la cuál amaba con todo mi ser al igual que a mi hermanita.
Que el resto de las armas las siga guardando Rick, luego veré cómo recuperarlas. Porque por primera vez, no sé dónde están mis armas.
Caminé un poco más lejos. Giré mi cabeza hacia atrás un segundo y entrecerré los ojos, tratando de calcular la distancia. Me habré alejado unos 300 metros de la cárcel. No mucho.

La tierra seca, manchaba mis zapatillas y fruncí la nariz. Ante tanta emoción y apuro por salir, olvidé cambiármelas por las botas, va a ser difícil…
Un sonido tan conocido para mi, como el sonido de mi propia voz, surgió en el ambiente.

-Grrrr...

-Hola, a ti también- dije sarcástica, y con un simple movimiento de mi hacha su cabeza se partió a la mitad y el caminante se desplomó en el suelo, manchándolo de sangre.

Al menos mis “habilidades” no habían disminuido en este tiempo. Pensé que al no sujetar y revolear mis preciadas hachas por tanto tiempo, perdería la fuerza en los brazos. Pero ahí estaba, aunque tal vez no debía dejarme llevar por tanto, siendo que estaba usando un hacha de tamaño chico.

-¿Nadie más me quiere intentar matar?- pregunté en voz alta con ironía.

- ¿Yo cuento?

Me quedé petrificada. Dura en el lugar.
Esperaba todo, menos que alguien me respondiera.

Y no era una voz que reconociera.
Nunca la había escuchado, de hecho.

Me giré, luego de tomarme unos segundos para recomponerme de aquella sorpresa. Pero no veía a nadie. Sujeté con mi mano derecha, fuertemente el hacha.
Con la otra, rebusqué mi cuchillo. La única presencia que veía era la del caminante sin vida a mi lado en el césped.

-Cuentas si eres tan cobarde como para no aparecer.

Una risa resonó levemente, llegando a mis oídos y provocándome un escalofrió que recorrió mi columna vertebral. Por la voz era un hombre y supongo que de unos cuantos años más que yo. Tragué saliva, no otra vez. Cuando quería acción, no me refería a esto.

-Eres una niña ¿Y me amenazas?

- Y tú eres un adulto y te ocultas.

- No soy un adulto.

Una mano con agarre firme, se posó en mi hombro. Me giré rápidamente, por instinto, aunque dentro mío sentí una extraña sensación que antes no sentía al toparme con ese tipo de situaciones.

No quería matar a nadie, no otra vez…

Que no se cumplan 17 personas…

Mierda, aquel grupo me estaba volviendo débil.
Ante mi, apareció un chico joven. Tendría unos dieciséis o diecisiete años.

No, esos números otra vez.

Por los labios de aquel chico asomó una sonrisa, regalándome una vista de todos sus dientes. No podía ni siquiera detenerme a mirar sus rasgos para describirlos.

Fruncí el ceño.

-Tengo diecisiete- el agarre en su hombro, se intensificó.- Me estás ofendiendo.

Diecisiete.

Aquel número coincidiría con mi lista.

Al igual que su agarre, la fuerza con la que sujetaba mi arma aumentó.













Yyy los dejo con el suspenso.
¡El miércoles prometo subir un capitulo!
Gracias por leer y no olvides dejar tu voto😊💫

Carnid: El inicio de su historia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora