Enid

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- ¿Acaso pretendías sujetarme por si me caía? Que tierno Grimes- dije mientras pateaba los restos de harina que habían quedado del suelo hacia abajo del estante.

- Creo que hubiera sido más gracioso, si te hubieras caído.

Me giré, porque él estaba atando una cuerda al saco de harina abierto y le pasé la mano por la cara y el cabello.

Carl se desconcertó un segundo y por un momento, creí que era alérgico a la harina, hasta que reparé que ponerse colorado de esa manera es típico de él.

- ¿Me acabas de manchar con harina la cara y el pelo, cierto?- dijo tocándose el rostro, y manchándose los dedos de harina.

- Si- respondí sinceramente, lo que hizo que agite la cabeza.- Por cierto no hay armas.

- No creo que estas personas desconocidas dejen armas aquí. Son difíciles de conseguir. Además...es una especie de almacén, Enid. No venderían armas aquí.

- Es cierto, pero recuerda que estamos en los Estados Unidos.

- ¿Y?

- Y que aquí es tan fácil tener un arma como encontrarse con caminantes.

- Eso era antes, ahora las armas las usamos para sobrevivir y escasean.

- Las armas siempre se usaron con el pretexto de sobrevivir, aunque de diferente manera para algunas personas.

Carl abrió la boca para responder pero decidió no hacerlo. Sabía que no tenía caso responder a mis reflexiones. Y tal vez, él estaba de acuerdo en parte con ellas. Aunque nunca me lo diría.

- Bien, creo que tenemos todo- dijo para cortar el silencio.

- Creo que si.

- ¿Qué diremos cuando lleguemos con todas estas cosas?

- Que vamos a hacer donas.

- Enid, no creo que...

- Luego lo discutimos tenemos todo el camino de vuelta para charlar tus preocupaciones- lo interrumpí antes de que siguiera. Me ajusté el cuchillo y la pistola, en el cinturón.

- Por cierto. Hay que practicar, ya estamos perdiendo puntería al disparar.

- ¿Te incluyes en eso?- preguntó el niño.

- Me incluyo. Soy más de cuchillos y hachas. Y tú, no estás disparando muy bien de lejos. Lo vi cuando mataste al segundo caminante. La bala le rozó.

- No es cierto- respondió ofendido.

- Si lo es, y lo sabes. Ahora, andando. No me quiero encontrar con nuevos caminantes o personas desconocidas.

Agarré mi mochila y el niño del sombrero me alcanzó el saco de harina. Lo miré intrigada.

- Tú idea, tú lo llevas. Además, viéndolo así, no es tan grande el saco. Mediano.

- Que caballeroso, creí que tú lo llevarías.

- Soy caballero pero no estúpido.

- Gracioso- dije y sujeté la cuerda del saco de Harina. No estaba muy pesado pero tampoco era una pluma- Igualmente, yo tengo más fuerza que tú. Levanto hachas.

- Si si, luego presumes.

Ambos salimos de la tienda. Eché una última mirada hacia atrás.
Carl al verme, dijo:

- Lo mejor es no volver. Ya estaremos en problemas cuando lleguemos allá, no atraigamos más.

Asentí divertida ante su comentario. A decir verdad, tal vez al principio tenía miedo de lo que me podían decir al llegar allá. Pero ahora, aquí afuera me di cuenta que tener temor de algo así en medio de todo esto es tonto.
No son mis padres. Respeto la filosofía, de: "El grupo es nuestra familia", pero no lo es en verdad.
¿Que es lo peor que puede pasar? ¿Que me larguen del grupo? Pues tendré que seguir sola, ya estaba bastante acostumbrada. Por eso pasaba tiempo sola en la cárcel. No, porque no tenía nada para hacer. Sino para no olvidar la soledad.

Carnid: El inicio de su historia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora