104. Cómo romper el vidrio del auto en dos pasos

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Connor

Luego de que mis padres se fueron me senté tranquilamente en la silla del comedor mientras todos mis hijos me miraban expectantes. Esperaban un regaño inmediato sin embargo no lo hice, tomé todo con tranquilidad y reuní la paciencia necesaria para abordar el mismo tema que hemos conversado anteriormente con todos ellos. No sé cuál es lo divertido de lanzar cosas y quebrarlas, pudieron no haberlo hecho porque pueden lastimar a alguien, pero no, prefieren jugar y hacerlo de todos modos. Estoy suponiendo que aquello pasó ya que aún no sé nada de la historia.

—¿Papá? —Liam tragó saliva y movió sus manos nervioso. Algo me dice que no es del todo inocente en este problema.

—¿Sí?

—¡Nos vas a regañar feo! —me sorprendí con la reacción de Ryan.

—¡Así es, ni te mueves y pareces una estatua! —siguió Emily.

—Seguramente ya estamos condenados de por vida...

—Les dije par de imbéciles... —Ethan y sus palabrotas.

—Ni comiences Ethan —agachó la cabeza—. Las malas palabras no me gustan. Y esto va para todos, ¿Qué pasó aquí?

—Es que el idiota de Liam lanzó un zapato y rompió todo. Fin.

—¡No seas así Emily, tu estabas ahí también!

—No podría corroborar eso, lo siento Liam —se defendió su hermana.

—Cuando te conviene...

—Escuchen, no importa quien haya sido —me levanté y oculté la mueca de dolor, no podré sentarme bien en un mes, como odio las inyecciones­—. Lo que si es que ustedes saben perfectamente que dentro de la casa no se juega ni con un balón, ni con un zapato u otro objeto que se les ocurra porque pueden ocurrir accidentes. Es la última vez que se habla de esto porque a la próxima estarán todos castigados.

—Uff de la que nos salvamos —suspiraron los mellizos.

—Para que quiero enemigos si te tengo a ti... —le dijo Liam a Emily.

—¡Cállate idiota!

—Me lanzaste como si fuera tu primera opción, joder, cuanto me aprecias ¿no?

—¿Van a seguir? —me quedé enfrente de ambos y negaron—. Muy bien, ahora les pregunto a todos ¿se entendió el mensaje?

—Si... —susurraron al unísono.

—Perfecto, ahora iré a cocinar la cena y ustedes recogerán lo que dejaron allí en la cocina.

—¿Qué? Olvídalo papá, no tengo nada que ver —Ethan me respondió.

—¿Fue una pregunta, jovencito? —apretó los labios—. Eso pensaba, ahora obedece y ustedes también chicos.

—¿Y yo? —el menor se acercó a abrazarme.

—Usted pequeño tiene que ir a ayudarme con la cena, ¿Qué se te antoja comer?

—¡Patatas fritas!

—Uy eso está difícil —carcajeó—. Mejor algo más saludable ¿patatas al horno?

—Ja, le pregunta a él —oí hablar a mis hijos desde lejos y me quedé atento a lo que decían.

Al parecer tengo a unos niños medio celosos en el cuarto de al lado. No entiendo el motivo de que se comporten así, pero lo intento. Fui de todas formas a preguntarles a ellos para no tener la opinión de uno solo hasta que se me ocurrió colocar un calendario y destinarle un día a cada uno para que puedan escoger con libertad y no ocurra esto otra vez.

Pequeñas travesurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora