A MediaNoche |+18|

Como han pasado los años

Madison

-¡Feliz cumpleaños mamá!-.

Sonreí por completo al oír a mis tres hijos, pase la mano por mis ojos para poder despegarme un poco y al hacerlo ahí estaban mis niños, ya eran todos unos niños grandes ¿En que momento ellos crecieron tanto? Me senté en la cama sin borrar la sonrisa que tenía en mi rostro, Derek tenía un pequeño pastel en sus manos de chocolate con una vela de color rosa en medio, Dakota unas floras de papel muy originales, ahora entendía porque había tanto papel tirando en su habitación y mi pequeña Audrey tenía una bolsa de regalo en sus medianas manos. Mi hijo se acercó a mí para entregarme mi pastel, se veía realmente delicioso.

-Ahora pide un deseo mami-. Dijo Dakota feliz.

Un deseo, que clase de deseo podía pedir, tenía todo en mi vida, salud, vida, amor, un esposo maravilloso al igual que unos hijos que eran la luz de mi día, que más podía pedir...¿Ser joven? Creo que ese era mi único deseo, volver a ser yo, pero en joven, volver a sentirme una chica de veinte años o menos, estaba a mediados de mis cuarenta ¡Mierda! Me sentía vieja, sentía que a veces no tenía el mismo rendimiento de antes, a veces me daba vergüenza sentirme así por ello había decidió meterme a gimnasio para estar bien conmigo misma y no sentirme tan inútil, pero cuando miraba mi rostro me daba cuenta de que algunas arrugas comenzaban a salir al igual que las canas. Solo un poco nada exagerado.

Sople la vela apagándola en seguida, mis hijos aplaudieron acercándose a mí para abrazarme y deseándome un feliz cumpleaños, les agradecí la linda atención que tuvieron por acordarse. Luego de ello abandonaron mi habitación y yo solo me quedé ahí sentada en la cama con mi pastel de chocolate en las manos.

Suspiré y me levante de ahí para ir hacia mi tocador y mirarme en el espejo, tenía pequeña patas de gallo a los costados de mis ojos, la piel seguía en su lugar pero mi cabello a sus lados tenía algunos mechones blancos y con el cabello negro se notaban aún más, mis pechos seguían medio firmes, mis brazos estaban en forma como las piernas, pero...no me sentía bien, me sentía vieja ¡Como fue qué pasó! O sea sabía que esto pasaría, que llegaría a una edad de ser por completo una señora, que tendría los cuarenta y que llegaría a esa edad con toda la resignación sin problema.

Pero en el gimnasio al que iba había tantas jovencitas ejercitándose para lucir bien, cuerpos perfectos y posturas excelente y yo tenía que usar casi un uniforme completo para no verme una señora ridícula que usa un uniforme de deportes de dos piezas ¡Carajo! Era un verdadero desastre y cuando menos los pensé comencé a llorar, estaba envejeciendo poco a poco y me dolía.

-Amor-.

La voz de Max se hizo presente en la habitación y yo rápidamente limpie las lágrimas de mis ojos, no deseaba que me viera llorar y menos en mi cumpleaños. Me giré para mirarle con una débil sonrisa, mi esposo caminó con sus manos detrás de él, llegó a mi colocándose de cuclillas.

-¿Porque lloras amor? ¿Qué pasa?-. Preguntó preocupado.

Yo no pude formarla ninguna palabra ni decir nada debido al mudo que sentía en mi garganta, me sentía jodidamente mal conmigo misma, estaba en mi crisis de la edad, definitivamente y eso lo odiaba por completo. Sentí como los brazos de Max me envolvieron, acariciando mi cabello mientras aún seguía llorando en su hombro.

-Estoy envejeciendo-. Solté un llorando como una Magdalena.

Max me alejó de él quitando con sus pulgares abajo de mis ojos.

-Cariño, pero qué cosas dices-.

Él me tomó de mis manos para levantarme de mi silla, acaricio mis rostro para ir bajando poco a poco sus manos hasta llegar a mi caderas, no tenía ni siquiera las fuerzas como para poder abrazarlos, me sentía triste, deprimida y mal conmigo misma por lo que estaba pasando en mi mente. Max se acercó a mí para darle un delicado beso en mis labios, lo mire a esos hermosos ojos azules que me sentían encantando, él me seguía encantando por completo, mi esposo era como los vinos, entre más viejo más sabroso.