25. Descenso.

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El día de luna llena regresan al colegio de magia en Tokio cuatro horas después que la recompensa por la cabeza de Riko había vencido. Haibara Yuu y Nanami Kento habían regresado horas antes que ellos, en un vuelo distinto.

—Podemos relajarnos —anuncia Satoru en cuanto cruzan los toriis de la entrada. Se echa las manos a la cabeza y camina con pereza—, ya estamos dentro de la barrera.

—Que alivio —suspira Kuroi, con una mano en el pecho y media sonrisa.

—Satoru, Shokue, gracias por su trabajo duro —habla Suguru, sonriendo a sus dos acompañantes. Las dos personas más importantes en su vida.

—Hey, no fue nada —sonríe Shokue—, ¡ha sido mi misión más fácil hasta ahora! ¡Me divertí mucho!

—¡Yo no! —gruñe Satoru— Yo no pienso ser niñero nunca más en la vida. Que molestia —rueda los ojos y arruga la nariz, haciendo reír a Suguru.

Un cambio en la vibración del aire le da escalofríos a la única muchacha del trío más fuerte. ¿Es capaz de percibir algo así? Se ha sorprendido incluso a sí misma, pero sabe que en realidad es todo obra de su maldición.

Todos los seres humanos son portadores de energía maldita. Algunos en menor medida, como los bebés, otros en cantidades casi infinitas, como Gojo. Pero además de las energía maldita, había una fuerza que movía, no solo a los humanos, sino a todos los seres vivos.

El hambre.

Gracias a Ue-sama, que era la maldición de la hambruna, podía detectar el hambre de todos a su alrededor. Solía ignorarla pues era terrible pensar en su propia hambre y la de otras personas, por lo que su combate y su rastreo se basaba en su totalidad en la energía maldita de sus oponentes.

El que el causante de la perturbación en el ambiente no tenga ni un solo rastro de energía maldita la hace pensar que quizás se trata de un animal.

Pero nunca ha estado frente a un animal con ese tipo de hambre.

Hambriento de sangre.

Y sabe que el intruso viene buscando su alimento.

En un movimiento veloz empuja a Satoru usando todo su cuerpo, tiene suerte de que su compañero lleve desactivado el "infinito", pues es capaz de alejarlo de la trayectoria de la katana.

A cambio el arma le ha atravesado el pecho.

—¡Shokue! —grita Suguru con tal fuerza que parece que va a lastimarse la garganta.

—Suguru... Cierra los ojos —jadea, baja la mirada para admirar el brillante filo que sobresale desde su pecho. Se lleva una mano a los labios al sentir que está babeando, ¿tendrá hambre? No, que tonta. No es baba, es sangre. Montones de sangre—. Y, por favor, no dejes que esto te detenga.

La risa a sus espaldas le da escalofríos.

—No eras tú mi objetivo —vocifera el hombre que la ha apuñalado. Ella traga saliva y gira para encararlo.

Esa definitivamente es la mirada de un asesino.

—Te mataré por meterte en mi camino.

Una puñalada al corazón no iba a matarla.

Era invencible.

Pero el tipo es despiadado.

La espada que ha atravesado de lado a lado se arrastra desde su pecho hasta su abdomen, haciendo un corte limpio en sus huesos y órganos.

Le ha abierto el cuerpo como un pescado.

Sus intestinos caen a montones en el piso.

Cae al suelo, impactando contra sus propias tripas.

Hambre ;; JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora