49. Pérdida.

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Nanami Kento vagaba con la mitad del cuerpo quemado, sin un rumbo muy claro, pensando en que no podía morir así, pensando en que debía vivir.

Porque no quiere ni imaginarse el dolor que su muerte le causaría a Shokue.

Ellos nunca fueron muy cercanos, cuando ella se volvió fuerte salía muy temprano y regresaba muy tarde del colegio, cuando no estaba en misiones estaba con Haibara, y cuando no estaba con Haibara estaba con Geto. Quizás la distancia era su propia culpa, siempre había sido frío y serio por lo que no lo extrañaba que Shokue prefiriera estar con alguien más.

Sin embargo, cuando murió Haibara, a pesar del dolor que ella cargaba consigo, fue la única que lo consoló.

Pidiéndole perdón, bien aferrada a él y tragando sus propias lágrimas, lo consoló.

Fue la única que le preguntó cómo se sentía. Habló con Yaga Masamichi y se echó sus misiones a la espalda para que él no tuviera que hacer nada, dejándolo descansar para procesar la muerte de Haibara.

No tuvo forma de agradecerle, porque las palabras se le daban terrible, por lo que intentó demostrar su agradecimiento preocupándose por ella tal como ella se había preocupado por él.

Pero sabiendo que nunca llenaría el espacio que había dejado Haibara.

No fue hasta años después, cuando ya era muy tarde, que se preguntó por qué Shokue le pedía perdón.

Él no la culpaba por nada.

Era una niña.

Solo tenía 16 años, no debía pedirle perdón por no ser capaz de estar en todos lados, no era su culpa no ser omnipotente, nadie esperaba que realmente pudiera salvarlos a todos.

Ni siquiera Haibara.

—Mira esto, me regaló un colgante para celular y todo —rio su compañero la tarde de su última misión mientras iban en el metro—, dijo que es de la suerte.

—Estoy seguro que vi uno igual en la tienda de conveniencia —acusó, entrecerrando los ojos. A él también le había regalado uno, pero prefirió no decir nada sabiendo que el de Haibara definitivamente era más especial.

—¿Recuerdas que quería un panda de la máquina en Akihabara el otro día? No pudimos ganarlo, pero hoy le compraré uno mejor, lo tengo claro.

—¿Es que quieres que muera de la vergüenza? —esa tarde se permitió sonreír un poco ante la idea de Shokue con la cara más roja que un tomate, incapaz de sostener su mirada.

—Lo compraremos al llegar, ¿de acuerdo? Porque seguramente olvidaré comprarlo después de pelear contra la maldición.

—Como quieras —suspiró, rodando los ojos—, no creo que el momento de compra afecte cómo vaya a recibirlo Shokue.

Que bien que dejó a Haibara comprar el peluche antes.

Todavía recuerda esa pelea.

Recuerda llegar con la información de ir contra un grado dos, recuerda ver una silueta entre los árboles y desenvainar su cuchillo, recuerda a Haibara elevar los puños delante de su rostro y prepararse para atacar, recuerda que le dijo algo para hacerlo reír pero no recuerda el qué.

Y más que nada recuerda el terror que sintió ante la energía maldita de la criatura.

Reconoció su forma gracias al pequeño altar en la entrada del pueblo.

Esa no era una maldición cualquiera.

Era una deidad menor, la deidad protectora del pueblo.

Intentaron correr, pero fue inútil.

Hambre ;; JJKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora