Hambre ;; JJK

34. Aparición.

Esa tarde la presencia de Shokue había sido solicitada en el colegio por el intercambio con el colegio de Kioto. Iba tarde porque pasó comiendo antes de llegar y además se quedó charlando con Nanami; hubiera comprado algo para picar mientras veía la pelea pero sabía que el director de la otra escuela, Gakuganji, estaría ahí y que él odiaba como ella comía, una vez le dijo que era peor que un perro hambriento.

Gojo Satoru le dijo que si volvía a llamarla así no viviría para contar las consecuencias.

No quería que el anciano muriera y que Satoru se convirtiera en un asesino, así que nada más dejó de comer cerca suyo. Si tenía suerte Utahime llevaría algún snack pequeño. Si eso no pasaba de todas formas ya había comido una caja entera de pan, podía tolerar el hambre durante todo el evento de intercambio.

Cuando llega al colegio encuentra a Satoru dando obsequios. ¿Le robó la idea? Ella les llevaba panes a los alumnos, espera no quedar opacada, ¡sería vergonzoso!

—Utahime, este es súper especial para ti —lo escucha decir, sujetando las manos de su senpai— ¡Cuídalo para que siempre pienses en mí!

—¡No hables así cuando estás casado! —lo regaña ella, arrojándole el amuleto al rostro, al menos ella le tiene respeto a la relación.

—¡¿Eh?! ¿Está casado? —pregunta una muchacha que desconoce, de corto cabello cobrizo. La verdad es que desconoce a todos los alumnos presentes, los únicos rostros familiares son el de Megumi y los de segundo año— Me compadezco de su esposa.

—No deberías —ríe Maki, apoyándose en su arma—, no hasta que la conozcas.

—Ah, ¿quién será la afortunada de ser esposa del más fuerte? Presta atención, Miwa —anuncia sarcástica una de las chicas de Kioto, la reconoce, Zen'in Mai, hermana menor de Maki, su comentario hace reír a sus compañeros.

Están riendo.

Y entonces la notan.

Una presencia sombría y aterradora. Una ola de potente energía maldita que amenaza con moverlos del piso, les oprime el pecho y los hace sudar en frío.

¿Una maldición?

Los muchachos de Kioto se aferran a sus armas y preparan sus técnicas, dispuestos a exorcizarla. No pueden verla, pero la siente acercarse más y más, y mientras más cerca la sienten más dificultad tienen para mantenerse firmes.

Cuando gira en la última escalera su presencia parece sofocarlos.

Al verla saben que no es una maldición.

Definitivamente es algo peor.

Mai tira sin querer del gatillo de su pistola, incapaz de controlar los movimientos de su cuerpo a causa del terror.

A pesar de llevar ambas manos ocupadas con las cajas de pan, Shokue levanta la derecha y atrapa la bala como si de una canica se tratara.

—Eh —murmura, su voz parece hacer eco en el cuerpo de los chicos de Kioto, sienten cada vibración de sus cuerdas vocales resonar en cada poro de sus huesos. Suelta la bala y la deja caer al piso, la pequeña herida que derrama unas cuantas gotas de sangre antes de curarse por su cuenta, el metal rebota contra el concreto varias veces—, buen tiro —el sonido del proyectil contra el suelo no tiende a molestarlos, pero en ese momento es equivalente a rayar un plato de cerámica con un tenedor.

—¡Shokue-sama! —exclaman los de segundo año de Tokio, girando a verla. ¿No habían notado su presencia? No solo eso, ¿la conocen? ¿Y no es mala? ¿No es una maldición? ¿Una kuchisake-onna?

—¡Shokue! —exclama Utahime, ¡¿ella también la conoce?! ¡Y le habla como si nada!— ¡Tu esposo me está coqueteando otra vez!

—¡¿Ella es la esposa?! —exclaman los de Kioto, alcanzando su límite incapaces de ocultar su sorpresa y espanto por más tiempo. Todavía sudando en frío y temblando.