Siempre has sido tú

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Narra León

Los enfermos y mis padres me habían dejado solo en la sala. Estaba tumbado mirando al techo. La máquina que controlaba mis constantes vitales me estaba sacando de quicio. El pitido sonaba de manera constante junto a mi oreja derecha y entraba por mi conducto auditivo resonando en mi cabeza haciendo mi cerebro tenga ganas de suicidarse. Cerré los ojos irritado y resoplé. ¿Cuándo me van a quitar esta dichosa máquina de al lado? Si algún día yo quería molestar a alguien solo tendría que pedir esta dichosa maquinita al hospital y hecho.

El ruido desapareció cuando escuché el pomo de la puerta girar. Mi vista automáticamente se dirigió a la puerta y de repente me pareció todo un sueño. Una chica bajita, con el pelo medio rubio y con unos rizos rebeldes, con una sonrisa... la sonrisa de mis sueños.

Por un momento pensé que estaba soñando. Pero había algo que me ayudaba a ver que eso no era un sueño... LA DICHOSA MAQUINITA. ¿No se pensaba callar? Ya sé que mis constantes están bien, pero CALLATE YA.

A lo que iba, era es que la chica de la puerta era Violetta. No sabía qué hacer ni qué decir... me había puesto algo nervioso. Lo último que recordaba es verla al otro lado de la cera para irse lejos, muy lejos de mí, casi a la otra punta del planeta. Pero... allí seguía.

¿Es que iba a coger otro avión más tarde después de mi accidente? ¿Solo había venido a verme para saber cómo estoy? ¿Se iría de verdad? Tenía tantas preguntas que hacerle, pero tenía miedo de todas las respuestas que pudiese darme... Lo único que me salió en aquel momento fue:

-Hola.

Violetta me miró y cogió una bocanada de aire. En un abrir y cerrar de ojos cruzó la habitación hacia donde estaba yo y me abrazó. Ella comenzó a llorar y yo la agarré más fuerte. En un acto involuntario cerré los ojos y una lágrima cayó de ellos. ¿Cómo es posible echar tanto de menos el abrazo de una persona? ¿Cómo es que unos simples brazos pueden hacerte sentir tan lleno, tan seguro, tan conforme? Me siento bien en sus brazos.

-¿Violetta?- dije ya que no escuchaba su llanto.

Ella se levantó y culminó nuestro abrazo. Entonces me sentí vacío.

-Perdón- dijo con dificultad- no era mi intención- respiró- yo...- paró- lo siento.

-Te amo- dije sin más.

Me salió solo.

Violetta pasó de mirar al suelo arrepentida a mirarme directo a los ojos. Estaba asustada. Tenía los ojos como platos.

-¿Qué dijiste?- me miró aun desconcertada.

-Que te amo- ya me daba igual todo. Yo sabía que ella era la única persona que me haría feliz. Iba a luchar por ella e iba a dejar atrás todo lo que no me hacía feliz.

-¿Y Lara?- habló tan bajito que me costó entenderla.

-Violetta...- comencé- jamás a quise a ella.-ella solo me observaba- Jamás pude sacarte de mi cabeza. Estaba con ella para poder olvidarte pero cada día era peor. No conseguía sacarte de mi cabeza. Siempre que la miraba a ella te veía a ti. Veía tu sonrisa, tu sonrisa, tus ojos color cafés. Nunca fue ella, siempre has sido tú.

Abrió la boca para decir algo pero la volvió a cerrar.

-Yo fui un idiota- cerré los ojos con dolor- cuando viniste a hablar conmigo sobre lo de Madrid, yo pensé que ya tenía decidido marcharte y solo me lo venias a contar. Y me enfadé- confesé- Ese día justamente quería intentar recuperarte- la miré a los ojos.- En cuanto me enteré de que te ibas por mi culpa, lo único que pensé en hacer fue detenerte y bueno... casi consigo que me salga bien, hubo uno que otro problema técnico- señalé mis heridas y ella sonrió levemente- al menos sigues aquí...- le cogí la mano- aunque no sé el motivo.

Nos miramos en silencio.

-No sé si es para ver si estoy bien por el accidente o si es porque de verdad te importo- confesé.

-León- la miré- te amo.

Entonces corrió por mi cuerpo una sensación que hacía meses que no sentía. ¿De verdad me amaba? Mi corazón empezó a acelerarse y la máquina de mis constantes vitales lo hizo saber. El pitido que controlaba mi corazón fue más seguido y desenfrenado.

-Dichosa máquina- susurré.

Violetta me escuchó y sonrió. Acto seguido me sonroje y sonreí algo cortado.

-Entonces...¿no te vas?- pregunté.

Ella negó con la cabeza.

-Violetta- hablé-¿Sí?- contestó.-Agáchate, tienes una basurita en el ojo.

Ella hizo caso de inmediato y cuando estuvo lo más cerca posible, la besé.

Leonetta, es para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora