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—[Gavi]—

La preparación para el Mundial estaba en pleno apogeo, y con cada día que pasaba, sentía que la presión aumentaba exponencialmente. Las sesiones de entrenamiento eran más intensas que nunca, y cada momento libre que tenía parecía estar lleno de reuniones, análisis de partidos y sesiones de recuperación. Pero no solo el fútbol ocupaba mi mente; también tenía problemas en casa que demandaban mi atención.

La autoexigencia que me imponía no tenía límites. Sentía que tenía que dar mi 110% en cada entrenamiento, en cada partido, para demostrar mi valía. No solo a mis entrenadores y compañeros, sino también a mí mismo. Sabía que este Mundial era una oportunidad única, y no podía permitirme fallar. Esta mentalidad me empujaba más allá de mis límites, forzándome a entrenar más duro, a estudiar más los partidos, a mejorar en cada pequeño aspecto del juego. Y claro sin descuidar mi carrera universitaria, pues eso significaba poder seguir en el fútbol si luego me retiraba...

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Sin embargo, este enfoque implacable tenía un costo. Las discusiones en casa con mi hermana se habían vuelto más frecuentes y más intensas. Parecía que cualquier pequeña cosa podía desencadenar una pelea entre nosotros, y aunque trataba de mantener la calma, la situación me agotaba emocionalmente. Quería estar allí para ella, ayudarla con sus propios problemas, pero a menudo me encontraba sin energía después de un día agotador de entrenamientos.

Las discusiones con mi hermana generalmente comenzaban por cosas pequeñas: platos sucios dejados en el fregadero, el volumen de la televisión demasiado alto, o incluso la manera en que dejaba mis cosas en la sala. Pero detrás de esas pequeñas cosas había tensiones más profundas. Ella sentía que no estaba lo suficientemente presente en su vida, que siempre ponía el fútbol por encima de todo lo demás, y en cierto sentido, tenía razón.

—Pablo, ¿podemos hablar? —dijo, su voz tensa, una vez que llegué a casa después del entrenamiento.

—Claro, ¿qué pasa ahora? —respondí, tratando de no sonar impaciente.

Nos sentamos en la sala, y tan pronto como comenzamos a hablar, la conversación rápidamente se convirtió en una discusión. Ella me reprochaba por no pasar suficiente tiempo con la familia, por no estar presente en los momentos importantes. Intentaba explicar que mi carrera exigía mucho de mí, pero mis palabras parecían caer en oídos sordos.

—Siempre es lo mismo contigo, Pablo. Siempre es el fútbol primero. ¿Y nosotros qué? —su voz se quebró, y pude ver las lágrimas acumulándose en sus ojos.

—Sabes que no es así. Estoy haciendo esto por todos nosotros. Quiero que estemos bien, que no tengamos que preocuparnos por nada en el futuro, quiero que nada te falte Rora —intenté razonar, pero mi voz también comenzaba a elevarse.

—No se trata del dinero, Pablo. Se trata de estar aquí, de ser parte de la familia. No puedes comprar el tiempo perdido con dinero —dijo, finalmente rompiendo a llorar.

—Si por tus peleas me pierdes, tu misma responderas por ello Aurora, puedes volver con tus padres... Después de todo a ti no te repudiaron— dije sin una pizca de arrepentimiento.


Pero luego que se fuese de la sala la culpa me golpeó como una ola. Sabía que ella tenía razón, pero también sabía que no podía simplemente dejar de lado mis responsabilidades. El Mundial era una oportunidad que podía definir mi carrera, y no podía permitirme fallar. Pero, al mismo tiempo, no quería perder a mi familia ni a Pedri por el camino.

Después de horas de discusiones y lágrimas, cuando finalmente terminé de hablar con mi hermana, me sentí completamente agotado. Sabía que tenía que llamar a Pedri, pero no tenía fuerzas para otra conversación emocionalmente cargada. En su lugar, le envié un mensaje rápido.

Pablo:
Te amo. Hablamos mañana, ¿vale? Estoy agotado.

Dejé el teléfono en la mesita de noche y me desplomé en la cama, sintiendo una mezcla de culpa y frustración. Quería ser un buen hermano, un buen jugador y un buen novio, pero parecía que siempre estaba fallando en uno de esos frentes.

Mientras cerraba los ojos, me prometí que mañana encontraría tiempo para hablar con Pedri de verdad. Sabía que no podía seguir así, y necesitaba hacer un esfuerzo para arreglar las cosas entre nosotros antes de que fuera demasiado tarde. Pero por ahora, solo podía aferrarme a la esperanza de que él entendiera y me perdonara por no estar tan presente como debería.

En el fondo, sabía que mi autoexigencia estaba pasando factura en todas las áreas de mi vida. Pero no veía otra manera de alcanzar mis metas y demostrar mi valía. Para alguien que siempre se había exigido más a sí mismo, el equilibrio entre mi carrera, mi familia y mi amor era una lucha constante. Y aunque me esforzaba cada día por mantenerlo todo en equilibrio, sentía que estaba caminando por una cuerda floja, esperando el momento en que todo pudiera desmoronarse.

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El siguiente día, en el campo de entrenamiento, mis compañeros notaron mi falta de energía. Ansu, siempre atento, se me acercó y me dio una palmada en la espalda.

—Tío, ¿estás bien? Pareces agotado —dijo con preocupación.

—Sí, solo... muchas cosas en la cabeza. Pero estoy bien —respondí, tratando de sonar convincente.

Pero incluso en el campo, mi mente seguía divagando. Pensaba en Pedri, en cómo no había tenido tiempo para él, en las discusiones con mi hermana y en la presión del Mundial. Intentaba concentrarme, pero mi rendimiento no era el mismo.

Después del entrenamiento, mientras me cambiaba en el vestuario, recibí otro mensaje de Pedri. Lo leí rápidamente y sentí una punzada en el corazón. Sabía que no podía seguir posponiendo esta conversación. Necesitaba hablar con él, explicarle lo que estaba pasando, abrirme sobre mis miedos y preocupaciones.

Esa noche, después de lidiar con otra pequeña disputa en casa, finalmente encontré un momento de paz para llamar a Pedri. Respiré hondo antes de marcar su número, esperando que él entendiera y perdonara mis ausencias.

Llamé, pero no hubo respuesta. Intenté una segunda vez, y nuevamente, nada. La preocupación y la frustración comenzaron a acumularse. ¿Estaría él también demasiado ocupado o molesto para contestar? Sentí un nudo en el estómago mientras dejaba el teléfono a un lado. Pedri siempre había sido comprensivo, pero esta vez, la distancia y el tiempo podrían haber hecho más daño del que imaginaba.

Con un suspiro, me dejé caer en la cama, mirando el techo. Sabía que tenía que encontrar la manera de arreglar las cosas con Pedri, de alguna manera. Pero esa noche, el agotamiento me venció, y me quedé dormido con una sensación de inquietud y culpa.

Después de todo fue mi culpa al centrarme mucho en mi y en mi mierda, cuando tenía un novio que vivía mi misma vida pero con diferentes situaciones.

Dest 🪷.

Tu a Barcelona y yo a Madrid [Gadri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora