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—[Pedri]—

El frío de la morgue me envolvió apenas crucé la puerta. Todo parecía irreal, como si estuviera atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Los pasos resonaban sordamente en el pasillo, cada uno más pesado que el anterior. No quería estar ahí, no quería enfrentar lo que venía, pero sabía que tenía que hacerlo. Mis manos temblaban mientras caminaba, y el aire parecía no querer entrar en mis pulmones.

Finalmente, llegué a la sala donde estaban los cuerpos. La luz blanca y estéril hacía todo más insoportable, más definitivo. Me obligué a dar un paso adelante, luego otro, hasta que estuve frente a ellos. Dos figuras cubiertas con sábanas blancas. Me sentí paralizado, incapaz de moverme o de pensar.

El encargado de la morgue se acercó en silencio y, con una mirada compasiva, levantó la sábana. Primero vi el rostro de Aurora. Su expresión estaba en calma, como si estuviera dormida, pero eso solo hizo que el dolor fuera más agudo. Mi mente se resistía a aceptar que nunca más volvería a ver su sonrisa, a escuchar su risa, a verla junto a Pablo.

Luego, con un nudo en la garganta que me impedía respirar, levantó la sábana que cubría a Pablo. Mi Pablo. La persona con la que había compartido todo, con la que había soñado, reído, y llorado. Su rostro también estaba sereno, pero yo sabía que la tormenta de dolor que sentía en mi interior no tenía fin. Me arrodillé junto a él, incapaz de soportar el peso de la realidad. No podía creer que esta fuera la última vez que lo vería.

—Vuelve... Por favor esto no es cierto— dije con un hilo de voz, consecuencias de llorar por días a gritos.

Mientras luchaba por mantener la compostura, sentí una presencia a mi lado. Era el novio de Aurora. Sus ojos estaban rojos e hinchados, igual que los míos, y me miró con una mezcla de dolor y arrepentimiento. Sus labios temblaron antes de que hablara, su voz apenas un susurro.

—Tenía pensado pedirle matrimonio... —confesó, y su voz se quebró. Bajó la mirada, como si la culpa lo consumiera por no haberlo hecho antes. No supe qué decir. Nada podía consolarlo, y lo sabía, porque nada podía consolarme a mí. Nos quedamos en silencio, dos hombres rotos por la misma tragedia, compartiendo un dolor que no se podía describir.

Después de lo que pareció una eternidad, el personal de la morgue me indicó que era hora de irme. Me levanté, sintiendo como si mis piernas apenas pudieran sostenerme. El mundo a mi alrededor se difuminaba mientras intentaba reunir fuerzas para lo que venía a continuación: el funeral.

—🥀—

El día del funeral fue gris y sombrío, como si el cielo también llorara su pérdida. Caminé con paso pesado hacia el lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia, mi corazón roto en mil pedazos. Allí, por primera vez, conocí a la madre de Pablo y Aurora. La había visto en fotos, pero nunca así, frente a frente.

Cuando la miré, vi en sus ojos el mismo dolor que sentía yo, una mezcla de tristeza infinita y resignación. Ella me observó con atención, y durante un momento que pareció eterno, no intercambiamos ninguna palabra. Solo nos miramos, compartiendo un dolor que era demasiado profundo para expresarlo en palabras. Finalmente, asintió con la cabeza, un gesto mínimo, pero lleno de significado. Ambos sabíamos que no había nada más que decir.

Las caras conocidas que llenaban el lugar se acercaron una tras otra para expresarme sus condolencias. Cada palabra, cada abrazo, me hundía un poco más en la realidad de que Pablo y Aurora ya no estaban. No pude responder a la mayoría de ellos, apenas logré asentir, atrapado en mi propio dolor. Cuando llegó el momento de la despedida, me acerqué a los ataúdes, rodeado por los amigos más cercanos. Colocamos flores, recordamos los buenos momentos, pero todo se sintió vacío, sin sentido.

El final de la ceremonia llegó, y sentí como si una parte de mí se quedara en ese lugar para siempre. Mientras los demás comenzaban a dispersarse, me quedé unos momentos más, mirando los nombres grabados en las lápidas, incapaz de aceptar que todo había terminado. Cuando finalmente me di la vuelta para irme, me sentí más solo que nunca.

—🥀—

Sin Pablo, cada día se siente como un eco de lo que alguna vez fue nuestra vida. Desde su partida, todo ha cambiado, y mi mundo parece haber perdido el color. Me despierto cada mañana con la esperanza de que esto sea solo una pesadilla, pero la realidad siempre se impone con una frialdad implacable.

En casa, cada rincón me recuerda a él. El lugar donde solía sentarse en el sofá, las fotos en las paredes, la manera en que solía reírse de mis bromas. Todo está lleno de su ausencia. En medio de este vacío, la realidad de nuestro hijo por nacer es lo que me mantiene anclado. A veces, me encuentro tocando el pequeño ángulo de la ecografía que aún guardo en mi escritorio, y me pregunto cómo será su vida sin su padre.

La vida continúa, aunque la tristeza me envuelve con una intensidad que no sabía que era posible. Hablando con la madre de alquiler, trato de mantenerme enfocado en el futuro de nuestro hijo. Me esfuerzo por recordar que él o ella llevará una parte de Pablo conmigo, que de alguna manera, a través de nuestro hijo, parte de Pablo seguirá vivo.

Pienso en los sueños que compartimos para nuestro hijo, en las tardes que imaginábamos juntos, enseñándole a andar en bicicleta, llevándolo al parque, y cómo Pablo solía planear los nombres que le gustaría. Ahora, esos sueños están teñidos de una tristeza profunda, pero también de una determinación feroz.

Cuando el niño llegue, será un símbolo de todo lo que fue y todo lo que pudo haber sido. Me siento abrumado por la responsabilidad de criar a nuestro hijo, de ser un buen padre en ausencia de Pablo. A veces, me pregunto si seré capaz de hacerlo solo, si podré brindarle todo el amor y la seguridad que Pablo hubiera querido para él.

El tiempo sigue su curso, y la vida continúa avanzando, aunque a un ritmo que me parece interminable. A pesar del dolor constante, trato de encontrar momentos de paz. Me consuela pensar en el legado que Pablo dejó y en el futuro que aún podemos construir para nuestro hijo.

A veces, al mirar el horizonte, me pregunto si alguna vez encontraré una forma de sanar completamente. Pero en los momentos en que mi corazón se siente más ligero, me imagino a Pablo sonriéndome desde algún lugar, orgulloso de que estoy haciendo todo lo posible por mantener viva su memoria y asegurar que nuestro hijo crezca con amor.

El camino hacia adelante será difícil, pero estoy decidido a recorrerlo con la fortaleza que sé que Pablo hubiera querido para mí. Nuestro hijo será mi faro en la oscuridad, el recordatorio constante de que, a pesar de la tragedia, la vida sigue adelante, y que el amor que compartimos continúa vivito en su pequeño corazón.

Dest 🪷.

Tu a Barcelona y yo a Madrid [Gadri]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora