Después de acompañar a mis padres hasta su habitación, ajustándome al pausado ritmo de sus pasos, nos detuvimos frente a la puerta. Hablamos brevemente antes de que se retiraran a descansar. Con un abrazo, les deseé buenas noches y los observé desaparecer tras la puerta. Me quedé unos segundos en el pasillo, inmerso en el silencio, apreciando la calma de volver a compartir el mismo techo con ellos.
Antes de atravesar el otro lado del pasillo, mire sobre la ventana buscándolo a él. Pero ya no estaba afuera. Suspiré. Es mejor dejar pasar por esta noche lo que quedó tenso.
De vuelta en mi cuarto, me sentí envuelta por la atmósfera íntima y reconfortante de mi propio espacio. Decidí darme una ducha, dejando caer la ropa al suelo, entrando al baño. Amaba las duchas por que siempre era ese momento para desconectarme, para pensar o, mejor aún, dejar de hacerlo por unos instantes.
La ducha dejó mi piel cálida, mientras pequeñas gotas resbalaban por mi cuello y se perdían en la tela suave de mi pijama de satén. Había elegido esa prenda deliberadamente, una camisa suelta con botones al frente y un pantalón corto que dejaba poco a la imaginación, pero lo suficientemente recatada para no delatar mi intención. El satén se adhería a mi piel, frío al contacto, y cada movimiento hacía que el material acariciara mis curvas de una forma tan íntima que incluso yo misma me sentía vulnerable ante la sensación.
A pesar de todo, el motivo de mi incomodidad no era el pijama. Había algo más, algo que me había seguido como una sombra desde que me crucé con su mirada la última vez. Era ese tipo de sensación que no podías ignorar, que se alojaba bajo la piel y te hacía preguntarte si estabas siendo perseguida o si eras tú quien perseguía.
Fue en ese momento que comprendí que lo que quedó tenso no podía esperar; debía resolverse esta misma noche.
Bajé las escaleras descalza, sintiendo la madera fría bajo mis pies, como una invitación para calmar el calor interno que no había pedido. La casa estaba tranquila, pero no completamente silenciosa. Desde el salón llegaban murmullos apagados, voces que no podía distinguir pero que sabía perfectamente de quién provenían. No hacía falta verlo para reconocer su presencia; Jungkook llenaba el espacio incluso en ausencia de palabras.
El tercer escalón fue el punto donde me detuve, y mis ojos buscaron, como si estuvieran hambrientos, hasta encontrarlo. Allí estaba, de pie junto a los empleados, con esa postura relajada que sólo alguien completamente seguro de sí mismo podía tener. Estaba entregando billetes, fajos gruesos que se deslizaban de sus manos grandes y fuertes con una facilidad casi insultante. ¿Era posible que incluso un gesto tan simple pudiera ser tan caliente?
Su mirada cayó sobre mí de repente, como un lacer que sabía exactamente dónde apuntar. Mis ojos se conectaron con los suyos en un choque eléctrico que me robó la respiración. Quise mantener el contacto, pero fue demasiado, como si me estuviera desnudando con un simple vistazo. Desvié la mirada rápidamente, fingiendo una calma que no sentía, y seguí hacia la cocina, aunque sus ojos seguían quemándome la espalda como un fuego invisible.
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Peligrosa Adicción. Jungkook ©bnsoel
FanfictionElla gana una beca para estudiar en la Universidad de Corea, un sueño que se convierte en realidad. Sin embargo, sus padres, preocupados por su seguridad, se resisten a dejarla sola en un país tan vasto. Deciden contactar a un amigo de la familia q...