Capítulo 56. Peligrosa Adicción

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El sonido ding del ascensor fue el último momento de calma antes de que la tormenta en mi interior estallara por completo

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El sonido ding del ascensor fue el último momento de calma antes de que la tormenta en mi interior estallara por completo. Cada fibra de mi ser estaba a punto de romperse. Salí del ascensor con los puños cerrados, sintiendo que mi piel ardía bajo el peso de la furia.

Los latidos de mi corazón resonaban en mis oídos como tambores de guerra, cada uno más fuerte, más desesperado que el anterior.

Cada paso hacia el departamento era como caminar sobre un campo minado. Sabía que estaba a punto de explotar. La adrenalina corría por mis venas, tensando mis músculos, impulsando mi cuerpo hacia y lante, a pesar del caos en mi inente. Me sentía como una bestia, ciega, impulsada por un deseo salvaje de controlarlo todo.

Mi teléfono confirmó lo que ya sabía, que esa puerta, esa maldita puerta, era donde ella estaba. Me detuve frente a ella, mi respiración entrecortada, casi al borde de la asfixia.

Los pensamientos me atacaron como un depredador hambriento, mordiendo, desgarrando lo que quedaba de mi razón.

"¿Y si está desnuda ahí? ¿Y si está en su cama, enredada entre las sábanas de otro hombre, de ese maldito profesor?"

La imagen me golpeó con tanta fuerza que tuve que apretar los puños aún más fuerte para no perder el control. La idea me devoraba vivo, cada posibilidad más enfermiza que la anterior.

No lo permitiría. No podía.

Ella no era libre, no lo sería hasta que yo decidiera que lo era. Ella era mía, y eso era incuestionable.

Firmó su nombre bajo ese contrato, entregándome cada parte de ella, y ahora, si había decidido romper ese acuerdo, la haría enfrentar las consecuencias.

La furia me consumía, retorciéndose dentro de mí, ahogando cualquier otra emoción. El control.

Eso era lo único que me quedaba.
El control sobre ella, sobre lo que habíamos pactado.

Golpeé la puerta con una violencia brutal, como si la madera pudiera sentir el dolor que me retorcía por dentro. El eco resonó en el pasillo, rebotando contra las paredes, pero no fue suficiente. No, no hasta que ella abriera la puerta.

La espera era insoportable. Cada segundo era una tortura, un dolor agudo que se extendía por mis nervios, cada instante sin respuesta un infierno hirviente que me devoraba desde adentro.

La mente me jugaba sucio, llenándome de imágenes de lo que podría estar ocurriendo tras esa puerta cerrada. No podía soportarlo más.

Cuando finalmente la puerta se abrió, no esperé ni un suspiro más. Me abalancé hacia el interior del apartamento sin ser invitado, cerrando la puerta de un portazo que retumbó como el martillo de un juez dictando una sentencia irrevocable. El eco del golpe se expandió por la habitación, pero mi atención ya estaba fija en otra cosa: mis ojos recorrieron el lugar, buscando ansiosamente algún rastro del profesor, algún indicio, cualquier pista que me confirmara lo que ya temía.

Peligrosa Adicción. Jungkook ©bnsoelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora