CAPÍTULO 59

29 4 8
                                        

Después de esa noche, no sé cómo pero de alguna forma, se me hizo más difícil estar sola. Se me hacía más complicado coger ánimos para levantarme de la cama y repetir lo mismo que había hecho el día anterior.

Aunque las rutinas ayudan a las personas a centrarse y a tener unos horarios para trabajar y descansar, a mí no me funcionaban. De hecho, me provocaba justo lo contrario, me cortaba la creatividad de raíz.

Adoraba la cafetería donde desayunaba todas las mañanas, pero no quería verla todos los días. Adoraba el latte matcha que me tomaba, pero no quería beberlo todos los días. Había algo en la repetición que hacía que algo que me gustaba y que consideraba especial, dejara de serlo.

Era como si mi ser añorara el caos y el estrés. Seguramente por eso me había convertido en directora o por lo que me dedicaba a esa profesión. Necesitaba el ritmo frenético del cine y las deadlines del diablo para sentirme bien. No era algo que me gustara de mí misma, pero era lo que había. No podía cambiar mi forma de ser.

Y, quizá por eso, llevaba semanas sin escribir ni una sola palabra, porque me estaba hundiendo en la rutina y en la soledad.

Siempre había preferido la noche para escribir. Había una ambiente de serenidad y calma que me llamaba a ponerme durante horas delante de mi teclado, pero ahora se había convertido en un suplicio. Me pasaba horas delante de él sin saber qué escribir y, cuando escribía algo, lo borraba al instante. Y, lo que antes me hacía feliz, comenzó a darme miedo. El cursor parpadeando solitario en una hoja en blanco siempre me había emocionado, ahora, me aterraba.

Los chicos habían terminado las dos semanas infernales del comeback, pero justo después habían empezado con los preparativos y los ensayos del world tour que empezaría en pocas semanas.

Lo bueno de haber terminado el comeback era que, aunque Chan se pasara el día ensayando en el edificio, podía dormir todas las noches con él y, aunque no quisiera, me pasaba el día entero esperando a que llegara ese momento. No sólo porque podía estar con él, sino también con los chicos. Se convirtió en el único momento en el que no me sentía sola. Incluso, había muchos días, que no oía mi propia voz hasta que los veía.

***

Era de noche y estaba, como ya se había convertido en costumbre, sentada frente a mi ordenador escribiendo y borrando, escribiendo y borrando cada frase y palabra que conseguía teclear.

Estaba cansada y agobiada, solamente quería coger el maldito portátil y estamparlo contra la pared. Entonces, la puerta de mi habitación se abrió y apareció un exhausto Chan.

—¡Honey! —grité en cuánto lo vi.

Iba a levantarme para tirarme encima de él cuando vi que entraba cojeando y que su cara se contraía del dolor.

—¡Dios mío! ¿Qué ha pasado? —me levanté corriendo y me puse a su lado para ayudarlo.

—Nada nada, son estos malditos pies planos —se quejaba mientras intentaba andar—. No sé cuántas veces hemos repetido las coreografías hoy... Agh, me he pasado el día de pie.

Le cogí de la mano y le ayudé a pasar dentro.

—Lo siento mucho cariño, debes de estar agotado. Siéntate un rato.

—No no, si me siento ya no me podré levantar. Voy a darme una ducha y a tumbarme, ¿vale?

—Claro, ¿necesitas que te ayude?

Negó con la cabeza quitándose la mascarilla y sonriendo con dulzura. Se deshizo de la chaqueta y su gorro y se metió en el baño. Yo me quedé de pie mirando la puerta del baño preocupada por el desgaste físico y mental por el que tendría que estar pasando.

Sin RemedioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora