El precio del exito

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El sol apenas asomaba entre las nubes cuando Lynn despertó con un peso en el pecho. Había pasado toda la noche dando vueltas en su cama, pensando en las palabras del entrenador. Las había escuchado antes, pero esta vez se sintieron diferentes, más serias, más reales. Ella sabía que no podía seguir dejando que sus emociones, sus problemas, y sí, incluso sus amigos, interfirieran con lo que más le importaba: el deporte.

Lynn suspiró mientras se ponía sus zapatillas y se ataba el cabello en una coleta. Se sentía diferente. No era una decisión fácil, pero estaba decidida a ser mejor. A cumplir con las expectativas. A ser esa versión de sí misma que el entrenador veía, que sus compañeros de equipo necesitaban.

Sin embargo, eso significaba hacer sacrificios.

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En la escuela, el ambiente era animado como siempre. Amelia llegó cojeando un poco menos que el día anterior, con una sonrisa iluminando su rostro. Había pasado la mañana ensayando una nueva rutina para cuando pudiera volver a entrenar con las porristas, y estaba emocionada por ver a Lynn. Después de todo, algo en su interior le decía que Lynn necesitaba apoyo.

Cuando se encontró con sus amigos en el pasillo, notó de inmediato que algo estaba fuera de lugar. Lynn estaba ahí, sí, pero se mantenía más callada de lo usual, casi evitando el contacto visual con Amelia.

—¡Ey, princesa! —le dijo Lynn con una sonrisa débil cuando la vio acercarse.

Amelia alzó una ceja. El apodo estaba ahí, pero el tono carecía del mismo calor de siempre.

—Hola, Lynnie. ¿Qué pasa? —preguntó Amelia, cruzándose de brazos.

Lynn negó con la cabeza, como si quisiera evitar la conversación.

—Nada, solo estoy un poco cansada. Dormí mal anoche.

Amelia sabía que había algo más, pero decidió no presionar. Lynn podía ser increíblemente terca cuando quería, y si había algo que estaba ocultando, lo diría cuando estuviera lista.

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Durante el almuerzo, el grupo se reunió en su mesa habitual. Kelly estaba haciendo chistes sobre la resaca de Marco y Jace, quienes todavía parecían un poco pálidos.

—Dios, no puedo creer que realmente intentaron competir en quién aguantaba más copas —dijo Kelly, riéndose mientras Marco la miraba con cara de pocos amigos.

—¿Puedes no recordármelo? Mi cabeza todavía está a punto de explotar —respondió Marco, apoyando la frente en la mesa.

—Lo mejor fue cuando Jace intentó trepar al sofá pensando que era una montaña —añadió Ivy, riéndose tan fuerte que tuvo que sostenerse el estómago.

Jace alzó una mano en señal de protesta, aunque su sonrisa delataba que no podía negar nada.

—¡Era una buena idea en ese momento!

El grupo estalló en risas, pero Lynn apenas se unió a la conversación. Aunque normalmente era la que lideraba las bromas y los comentarios sarcásticos, esta vez solo estaba ahí físicamente, su mente claramente en otro lugar. Amelia no pudo evitar notar cómo Lynn evitaba mirarla directamente, como si tuviera miedo de lo que podría ver en sus ojos.

—Lynnie, ¿estás bien? —preguntó Amelia finalmente, apoyando una mano en la de Lynn.

Lynn le sonrió, pero la sonrisa no llegó a sus ojos.

—Sí, princesa, estoy bien. Solo… tengo muchas cosas en la cabeza.

Amelia frunció el ceño, pero antes de que pudiera decir algo más, Lynn se levantó.

—Voy al gimnasio un rato. Nos vemos luego, ¿ok?

Sin esperar respuesta, Lynn se alejó, dejando a sus amigos mirándose entre sí con confusión.

—¿Qué le pasa? —preguntó Margo, rompiendo el silencio.

—Algo está molestándola, eso es seguro —respondió Amelia, con un suspiro.

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El gimnasio estaba vacío cuando Lynn llegó, y eso era justo lo que necesitaba. El silencio, el peso de las barras de entrenamiento, el ritmo constante de sus movimientos. Todo eso le daba una especie de paz que no podía encontrar en ningún otro lugar.

Cada repetición, cada levantamiento, era un recordatorio de por qué estaba allí. De por qué tenía que alejarse un poco. No podía darse el lujo de distraerse. No si quería alcanzar sus metas.

Sin embargo, mientras se secaba el sudor de la frente, los pensamientos sobre Amelia seguían invadiendo su mente. Ella sabía que distanciarse dolería, pero también creía que era lo correcto.

—Solo por un tiempo —murmuró para sí misma—. Lo hago por nosotras.

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El resto del día pasó con la misma extraña dinámica. Lynn evitaba conversaciones largas con Amelia, y aunque intentaba parecer normal, todos podían notar que algo estaba cambiando.

Al final del día, Amelia decidió confrontarla.

—Lynnie, espera —llamó Amelia cuando vio a Lynn caminando hacia la salida de la escuela.

Lynn se detuvo, pero no se giró de inmediato.

—¿Qué pasa, princesa?

Amelia se acercó, mirándola directamente a los ojos.

—Sé que algo está mal. ¿Por qué no me lo dices?

Lynn suspiró, sintiendo que su corazón se encogía.

—No es nada, Amelia. Solo necesito concentrarme en mis entrenamientos. Tengo que mejorar, y eso significa que no puedo estar… distraída.

—¿Distraída? —repitió Amelia, con incredulidad—. ¿Eso es lo que soy para ti?

—¡No! No quise decir eso… —Lynn pasó una mano por su cabello, frustrada consigo misma—. Es solo que tengo que enfocarme. Y eso significa que no puedo estar tan… involucrada.

Amelia dio un paso atrás, herida por las palabras.

—¿Involucrada? Lynn, soy tu novia. ¿Cómo puedes decir eso?

—Es temporal, lo prometo. Solo necesito un poco de espacio para concentrarme en lo que importa.

Amelia la miró, sintiendo que una parte de ella quería gritar, pero en lugar de eso, simplemente asintió.

—Si eso es lo que necesitas… está bien.

Lynn sintió una punzada en el pecho al ver la tristeza en los ojos de Amelia, pero no dijo nada más. Se giró y salió del edificio, dejando a Amelia sola, preguntándose si realmente había hecho lo correcto.

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Esa noche, Lynn se quedó en el gimnasio hasta tarde, entrenando hasta que sus músculos dolieron y su mente quedó en blanco. Pero, a pesar de todo el esfuerzo, no podía quitarse de la cabeza la expresión de Amelia.

Sabía que estaba haciendo esto por ambas, pero entonces, ¿por qué se sentía tan vacia?

Princesa, estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora