Fuerza al limite

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El gimnasio estaba en su máximo esplendor, el sonido del balón rebotando contra el suelo, el crujir de las pesas, y el constante ritmo de los entrenamientos se mezclaban en el aire. Lynn no se detenía. No importaba cuán agotada estuviera, cuánto dolor sintiera en sus músculos o la fatiga que comenzaba a acumularse. Nada la haría parar.

Desde que había decidido tomar su entrenamiento más en serio, algo dentro de ella había cambiado. No podía dejar de pensar en las palabras del entrenador, las cuales le retumbaban en la cabeza: "Si quieres mejorar, tienes que ponerlo todo en esto. No puedes dejar que tus distracciones te desvíen." Y así, se había encerrado en el gimnasio, obsesionada con el perfeccionismo, con la idea de que su rendimiento fuera impecable.

A lo largo de la mañana, sus amigos se habían acercado varias veces. Sabían que algo no estaba bien, lo sentían. Lynn estaba distante, casi imparable, pero eso no era saludable. El agotamiento era evidente en su rostro, pero ella no quería escucharlos.

Amelia, quien había estado observando a Lynn desde un rincón del gimnasio, no podía quitarse la preocupación de encima. Su novia, siempre tan llena de energía, ahora parecía ser solo una sombra de sí misma. Sus movimientos eran más bruscos, su respiración agitada, pero la intensidad en su mirada nunca desaparecía.

—Lynnie, ¿quieres descansar un poco? —preguntó Amelia, acercándose cautelosamente, mientras Lynn levantaba una pesa con esfuerzo.

Lynn no miró hacia atrás. Estaba concentrada en sus entrenamientos, y su respuesta salió entre dientes.

—No. Solo… unos minutos más —respondió, con el sudor cubriendo su frente.

Amelia frunció el ceño. Sabía que algo estaba mal, pero no entendía por qué Lynn no quería parar, por qué se estaba empeñando en lastimarse a sí misma.

—Lynnie, por favor, no te sigas forzando —dijo, tratando de captar la atención de Lynn—. Ya llevas horas entrenando. Necesitas descansar.

Lynn levantó una ceja, pero su expresión permaneció dura. Su cuerpo se movía con una agilidad que mostraba años de entrenamiento, pero el dolor en sus músculos ya comenzaba a acumularse, aunque ella no lo dejaba ver.

—No necesito descansar. Estoy bien —respondió, casi sin emoción.

Amelia suspiró, pero no insistió más. Sabía que, por mucho que lo intentara, Lynn no dejaría de entrenar si no era por su propia voluntad. Decidió alejarse un poco, pero sus ojos seguían fijos en ella, preocupados.

Mientras tanto, Marco y Jace, que se encontraban en otro rincón del gimnasio, intercambiaron miradas preocupadas. Ambos sabían que Lynn no estaba bien. La conocían demasiado bien como para no darse cuenta de que estaba forzando su cuerpo más de lo necesario.

—Esto no me gusta, Jace —dijo Marco, mirando a Lynn levantar una barra con pesas de manera casi peligrosa—. No sé qué está pasando con ella.

—Sí, yo también lo noto —respondió Jace, entrecerrando los ojos mientras observaba a Lynn. La tensión era palpable en su cuerpo, su respiración entrecortada, pero ella seguía empujando, como si nada estuviera mal.

Ambos sabían que Lynn no era alguien que se dejara vencer fácilmente, pero esto iba más allá de lo normal. Sabían que algo la estaba consumiendo.

—Necesitamos hablar con ella —dijo Marco, con determinación—. Esto no va a acabar bien si sigue así.

Pero cuando ambos se acercaron a Lynn, ella simplemente los ignoró. Estaba demasiado centrada en su objetivo para dejarse distraer por ellos.

—¿Lynn? —llamó Marco, pero Lynn no se detuvo.

—¡Déjenme en paz! —gruñó Lynn, levantando la barra de pesas una vez más, esta vez con un esfuerzo evidente.

Amelia, que había vuelto a observar la escena, no pudo más y se acercó rápidamente a Lynn, tomando la barra para detenerla.

—¡Lynnie! Basta ya. ¿Qué te pasa? —exclamó, con una mezcla de enojo y preocupación.

Lynn se quedó en silencio por un momento, su respiración agitada. Sus ojos, normalmente llenos de energía y fuerza, estaban ahora apagados, casi vacíos. Pero cuando miró a Amelia, algo en ella se quebró.

—Yo… solo quiero ser mejor —dijo en voz baja, con los ojos fijos en el suelo. Su cuerpo estaba tenso, pero había una vulnerabilidad en su mirada que Amelia nunca había visto antes.

—¿Mejor para qué, Lynnie? ¿Para quién? —preguntó Amelia suavemente, pero con una firmeza que no dejaba lugar a dudas.

Lynn levantó la mirada, pero no respondió de inmediato. En su mente, todo giraba en torno a la perfección, a ser la mejor versión de sí misma. Pero lo que no veía era que, al centrarse tanto en eso, estaba perdiendo lo que realmente importaba.

—Solo… necesito demostrarme que puedo hacerlo —respondió finalmente, casi como una excusa.

Amelia no sabía cómo responder, así que simplemente se quedó en silencio un momento, observándola con ojos llenos de comprensión.

—Lynnie, no tienes que demostrar nada a nadie. Te amo por lo que eres, no por lo que haces o dejas de hacer. No te estás cuidando, y eso me preocupa —dijo con dulzura, tocando suavemente el brazo de Lynn.

Lynn permaneció callada, pero su expresión comenzó a suavizarse, aunque su cuerpo seguía cansado y exhausto. El esfuerzo de la noche anterior, la falta de sueño y el agotamiento acumulado ya estaban pasando factura.

Pero a pesar de las palabras de Amelia, Lynn se volvió hacia sus amigos y simplemente los apartó, como si nada hubiera cambiado.

—Estoy bien. Solo necesito… unos minutos más —dijo, sin alzar la mirada.

Amelia sintió un nudo en el estómago. Ella sabía que Lynn no quería escucharla. Sabía que su novia estaba cegada por su propio deseo de superación, pero eso la estaba destruyendo por dentro, y no podía hacer nada para detenerla.

Durante el resto del día, Lynn continuó su rutina, sin permitir que sus amigos interfirieran. Cada repetición, cada salto, cada carrera la acercaba más a la sensación de que estaba controlando su vida, pero en el fondo, su cuerpo le estaba pidiendo a gritos que se detuviera.

Por la tarde, cuando ya nadie estaba en el gimnasio, y el silencio era casi absoluto, Lynn finalmente cedió al agotamiento. Se desplomó en el suelo, completamente agotada, con la respiración entrecortada. El sudor empapaba su camiseta y su cuerpo temblaba de fatiga, pero aún así no podía descansar. El miedo de perder el control, de no ser lo suficientemente buena, la mantenía atada a esa obsesión.

Amelia, Marco y Jace finalmente llegaron a su lado, mirando a Lynn con preocupación.

—Lynn, por favor… —dijo Marco, agachándose junto a ella—. Estás destruyéndote.

Lynn levantó la mirada, pero no dijo nada. No había palabras que pudieran calmarla en ese momento.

—No quiero que me detengan… —murmuró Lynn, su voz quebrada por la fatiga—. Solo quiero ser mejor.

Amelia se arrodilló junto a ella y le tomó la mano con suavidad, mirando sus ojos cansados. Sabía que no sería fácil, pero no podía dejarla seguir por este camino.

—Te amo, Lynnie. Y no necesitas demostrar nada. Solo… necesitas cuidarte. ¿Entiendes? —dijo, con suavidad, mientras le acariciaba la mejilla.

Lynn no respondió de inmediato, pero su cuerpo comenzó a relajarse. Quizás, en el fondo, ya sabía lo que necesitaba hacer, pero aún le costaba aceptarlo

Princesa, estoy contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora