Lynn había cambiado. Y no era algo que sus amigos pudieran ignorar. Habían pasado varios días desde que ella comenzó a sumergirse por completo en sus entrenamientos, y la diferencia era más que evidente. Ya no se sentaba con ellos en los recesos, ya no compartía bromas con Jace ni se reía con Marco. La distancia que había tomado comenzaba a ser un muro invisible pero impenetrable entre ella y el resto de su grupo.
En el primer día que notaron su cambio, Kelly intentó acercarse durante el almuerzo. Habían planeado un picnic juntos, algo típico de su grupo de amigos. Sin embargo, Lynn no apareció. No respondió a los mensajes, ni a las llamadas. Simplemente, había desaparecido en su propio mundo.
—¿Dónde está Lynn? —preguntó Margo, mirando su teléfono con frustración. Aquel era el tercer mensaje sin respuesta que había enviado.
—Probablemente esté entrenando otra vez —comentó Ivy, mirando por la ventana del salón, con una expresión que era mezcla de preocupación y decepción.
No era normal. Lynn siempre había sido la que mantenía el grupo unido, la que hacía chistes en medio de las clases aburridas, la que insistía en hacer planes después de entrenar. Pero todo eso había cambiado.
El silencio se alargó por unos momentos, mientras los amigos compartían miradas complicadas. Todos sabían que algo no iba bien, pero ninguno se atrevía a hablar de ello. Sabían que no podían forzar a Lynn a abrirse, pero la ausencia de su presencia se sentía como una sombra pesada sobre ellos.
Mientras tanto, Lynn estaba en la cancha, entrenando más duro que nunca. Ya no se detenía ni para tomar agua, ni para respirar. Solo corría, saltaba, hacía ejercicios de resistencia y perfeccionaba sus movimientos. Había algo dentro de ella que la impulsaba más allá de los límites. Su mente estaba enfocada en el objetivo: mejorar. No importaba cuánto doliera, no importaba cuánto tuviera que sacrificar. Tenía que ser mejor. Y si para eso tenía que separarse de sus amigos, lo haría.
Al principio, no se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se decía a sí misma que necesitaba ese tiempo para concentrarse, para que su rendimiento en los partidos fuera mejor. Pero poco a poco, comenzó a notar la soledad que la rodeaba. La gente en los entrenamientos la miraba, pero no había risas, no había conversaciones. Solo gritos del entrenador y el sonido de sus propios pasos sobre el suelo de la cancha.
Lynn sabía que algo no estaba bien, pero la idea de ceder ante la presión de su grupo de amigos la mantenía firme en su decisión.
Al día siguiente, durante el entrenamiento matutino, el entrenador, el Sr. Calloway, se le acercó después de una serie de ejercicios intensos. Lynn estaba agotada, pero no quería parar. Sus piernas le dolían, su cuerpo le pedía un descanso, pero su mente estaba cerrada a cualquier tipo de debilidad.
—Lynn —llamó el entrenador, dándole un toque suave en el hombro—. Estás haciendo un gran trabajo, pero esto no es todo. Tienes que mantener el equilibrio. El cuerpo necesita descanso para rendir al máximo.
Lynn asintió, sin mirarlo directamente. No quería que nadie notara lo agotada que estaba realmente.
—Lo sé —respondió, con la voz algo rasposa, mientras seguía corriendo en la misma dirección. Pero sus palabras no sonaban convencidas, ni a ella misma le parecían verdaderas.
En los partidos, Lynn estaba brillando, sí. Su rendimiento había mejorado notablemente. Hacía jugadas impecables, tomaba decisiones rápidas y precisas, y su equipo comenzaba a depender cada vez más de ella. Pero el precio de esa mejora era claro: su desconexión con todo lo que la rodeaba. Su actitud distante no pasaba desapercibida para nadie.
Durante el siguiente partido, mientras Lynn corría por la cancha, observó desde la esquina de su ojo a sus amigos, sentados en las gradas. Kelly, Margo, Ivy, Marco, Jace… todos estaban allí, pero ninguno se acercaba a ella. Nadie le gritaba desde las gradas, ni le hacía chistes para relajarse antes de una jugada importante. Estaba sola, incluso rodeada de gente.
Algo dentro de Lynn se quebró por un segundo. Pero rápidamente lo apartó. No podía permitirse distraerse. El balón llegó a sus manos, y sin pensarlo, hizo un pase preciso a su compañera. La jugada salió perfecta, pero al fondo, en las gradas, vio a Amelia. Su mirada se cruzó con la de ella, y por un instante, Lynn sintió una punzada en el pecho. Amelia la miraba con una mezcla de preocupación y tristeza, pero Lynn no permitió que ese sentimiento se apoderara de ella. Tenía que concentrarse. El partido, las jugadas, todo tenía que ser perfecto.
Después del partido, cuando la mayoría del equipo se dispersó, Amelia se acercó lentamente a Lynn, quien ya estaba recogiendo sus cosas.
—Lynn —dijo Amelia con voz suave, casi temerosa—. ¿Podemos hablar un momento?
Lynn la miró, pero no dijo nada. Su mirada era distante, como si todo lo que pasaba a su alrededor no le interesara lo más mínimo. Finalmente, asintió y caminó hacia el banco, donde se sentó para quitarse las zapatillas.
—Estás… muy rara últimamente —dijo Amelia, sentándose a su lado—. No sé qué está pasando, pero te extraño. Todos te extrañan.
Lynn no respondió de inmediato. Se quedó en silencio por unos segundos, mirando al frente, sin decir una palabra.
—No quiero que te alejes de nosotros —continuó Amelia, tocando suavemente su brazo. —Sé que te importa el equipo, pero… también importas tú.
Lynn levantó la vista hacia Amelia, y por un segundo, sus ojos se encontraron. La presión en su pecho aumentó, pero no podía permitir que su vulnerabilidad saliera a la luz.
—Necesito mejorar, Amelia. Y si para eso tengo que concentrarme en los entrenamientos y dejar de lado a todo lo demás, lo haré —dijo con voz firme, aunque su corazón latía más rápido de lo que hubiera querido.
Amelia la miró con una mezcla de dolor y comprensión.
—Pero Lynn, ¿realmente tienes que dejarlo todo atrás? ¿Incluso a nosotros?
Lynn cerró los ojos un momento, respirando profundamente. No quería hacerle daño a Amelia, pero en ese momento, sentía que no podía permitirse distracciones.
—No es que quiera alejarme, es solo que tengo que enfocarme. Y si mis amigos, si incluso tú, no entienden eso, entonces… tal vez no haya otra opción.
Amelia asintió lentamente, como si entendiera, pero sus ojos aún reflejaban una tristeza que Lynn no pudo ignorar.
—Solo recuerda que nosotros estamos aquí para ti, Lynn. Siempre.
Lynn sonrió brevemente, una sonrisa que no llegó a sus ojos. Sabía que Amelia tenía razón. Pero no podía ser débil. No podía dejarse llevar por lo que sentía, aunque su corazón estuviera a punto de romperse.
—Gracias, princesa. —Y con esas palabras, Lynn se levantó y se alejó, dejando a Amelia con el peso de una verdad que ninguna de las dos quería enfrentar.
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Princesa, estoy contigo
Teen FictionQue pasa si la número 1 de su secundaria se enamora? no pasaría nada, si tan solo no fuera *Amelia Anderson*