Antes: Siete.

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Once semanas después de que cumplimos trece, se llevaron al príncipe. A Francia, dijeron.

Estuvo en casa solamente por quince días y se fue nuevamente. A España, dijeron.

Él vino a casa un año después, diferente: más alto y más corpulento, sí por supuesto. Pero él ya no era solamente una presencia porque él era el sol y vida y belleza. Él era una presencia porque había aprendido que necesitaba serlo.

Yo estaba más alta también. Heredé de mi padre su forma y su altura. Mi madre maldijo mis caderas estrechas y brazos pequeños. Todavía no podía elevar la caldera yo sola. Pero también tenía el espíritu de Da: piedra y fuego.

La mente del príncipe maduró. Todos podíamos verlo en sus ojos cuando él estaba de pie al lado de su padre mientras el rey pronunciaba un discurso. Verás, el rey estaba añadiendo una torre. Una torre en condiciones para una reina. Él necesitaba hombres para construirla. Él necesitaba cocinas grandes para alimentar a sus hombres. Su familia crecería en los años venideros y todos teníamos una razón para alegrarnos.

El príncipe se había ido para aprender acerca del liderazgo y amor, la política y la guerra. Él ahora sabía lo que significaba gobernar. Él sabía que se esperaba que tomara una esposa. Tener hijos; una casa de futuros gobernantes.

Se rompe algo dentro de nosotros al saber que nunca mataremos al dragón con una espada o descubriremos un diamante del tamaño de un puño debajo de la taberna. Al saber que él tiene que ser un rey, que nunca podré ser una reina. Tenemos nuestro camino y penosamente debemos andar en él.

Los ojos del príncipe revolotearon directo hacia mí, enterrada en la muchedumbre polvorienta, y luego miró lejos.

Pero antes de que lo hicieran, me emocioné al ver que al menos sus ojos eran los mismos: todavía siendo sol bailando bajo el mar. Cuando él tragó, se miró como un hombre: su garganta meneándose, su piel bronceada. Su mandíbula se oscureció con el atisbo de una barba debajo de su sonrojamiento.

Caminé desde la taberna hasta el bosque, buscando ortigas y salvia para Mary.

Pasó delante de mí en su yegua, tan cerca en un campo tan grande que solo pude creer que lo hizo con las intenciones de derribarme. Caí de rodillas y miré hacia al césped con un gesto de súplica.

Un suave golpe hizo crujir la tierra.

Delante de mis rodillas había una muñeca. Sus faldas estaban hechas de una delicada seda verde, su piel de porcelana. Su cabello era de terciopelo y se sintió como aire entre mis dedos rugosos. Castaño, como el mío. Sus ojos eran de vidrio. Azules, como los míos

—De España—me dijo—. Tu muñeca. Hecha de manera que se parezca a ti.

El polvo se levantó detrás de su caballo mientras él desaparecía entre el grupo de árboles.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora