Desde ese día, nos mirábamos secretamente en el camino cada sábado después de que regresara de donde su tío, nos sentábamos juntos, escondidos en el césped alto. El príncipe me traía un trozo de seda para vestir a mis muñecas y yo trenzaba la hierba convirtiéndola en canastos, y decíamos las historias de nuestras vidas.
Eran tan disparatadas, nuestros dos mundos, aunque yo vivía en una pequeña casa de campo justo afuera de su alta y arqueada ventana. Vivíamos a unos cuantos metros de distancia, pero nuestras vidas no se parecían en nada en absoluto. Podríamos haber dicho cualquier cosa y el otro podría haberlo creído:
Mi padre me entrena para pelear con dragones. Debo derrotar al que está en la cima de la montaña antes de que pueda usar la corona.
Debemos limpiar el piso de la taberna con cepillos que nosotros creamos a partir de nuestro cabello caído.
El castillo nos cocina unicornios rostizados y bayas hechas de oro.
Compartimos una cama, nosotros cuatro, en un cuarto lleno de ratas.
Pero nosotros no decíamos esas historias; nosotros decíamos la verdad.
Su padre no era cruel, solamente era frío.
Mi familia elaboró toda la cerveza para los sirvientes del castillo. Apenas podía soportar el olor de la mezcla, pero esa esencia sería mi vida. Siempre sería mi vida.
Las chicas que llegaban al cuarto de su padre eran jóvenes. Muy jóvenes. Él nunca pensó que llegaría a querer tantas.
Yo odiaba mis elecciones, odiaba el tamaño de mi mundo. Odiaba que podría ser azotada si se me encontraba hablando con él. Odiaba a los hombres que venían a la taberna, con sus manos errantes y sus lenguas lascivas.
Su confesión más vergonzosa: Él no quería ser un rey.
Mi mayor blasfemia: Yo quería ser una reina.
Y juntos, estábamos a salvo.
Hablábamos lo más que nos atrevíamos—hasta que el sol proyectaba sombras en el lado opuesto del viejo roble— y luego él se ponía de pie y yo hacía una reverencia.
—Regresaré la semana que viene —él siempre decía.
Nunca lo dije de vuelta porque no quería hacerle una promesa que no podría cumplir.
Por un año él fue mío cada sábado. Y luego una mañana, diez semanas después de que cumplimos trece, nos encontramos en el camino y él sacó un brazalete de flores tejidas.
—Mi tío me enseñó a hacerlas. Me dijo que te la diera.
Parpadeé mirando su rostro. — ¿Él sabe de mí?
—Sip. —Me la tendió, no tocando mi piel— ¿Cathryn?
— ¿Sí, mi Señor?
—Cathryn —repitió. Se quedó de pie en silencio por varios largos minutos y luego se dio la vuelta, alejándose. No dijo que estaría allí la semana siguiente, y nunca tuvimos un sábado juntos de nuevo.
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No Fury (Español)
FanfictionEl príncipe nació en el cuarto lujoso de su madre tres días antes de que yo irrumpiera en el piso sucio de la taberna. Él es de la realeza... ella no. Pero la amistad secreta que comenzó en la niñez se convirtió en algo más profundo... y más peligr...