Ahora: Treinta y Siete.

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El cobertizo al lado de la cabaña de James se vuelve mi hogar por muchas horas cada sábado por la mañana. Harry y yo pasamos horas de pereza juntos aquí, desnudos y honestos, y cada minuto se siente como un pequeño regalo que se desenvuelve lentamente, arrancando una tira a la vez.

Tengo la sensación de que el tiempo es igualmente precioso para Liam y su amor secreto: él me observa cómo me visto, comemos juntos en un tranquilo y emocionante silencio, y luego beso su mejilla en la puerta de nuestra casa.

—Te veré para el almuerzo —le digo.

No voy a regresar pronto, quiero decir.

—Tendré pan y sopa aquí para ambos —él me dice.

Espero que te mantengas alejada hasta entonces, él quiere decir.

No hay celos, no hay posesión.

No tenemos secretos entre nosotros, a excepción de los detalles.

Y luego salgo de la casa, levantando mis faldas para poder correr a través del alto césped hacia la cabaña de James, donde irrumpo en el cobertizo, jadeando y sudada.

Inevitablemente, Harry está ahí, ya caminando de un lado a otro.

Él me lleva a sus brazos. Sus labios están separados antes de que siquiera toquen los míos, jadeando, hablando. Sus dedos buscan mi vientre, encontrando la diferencia ahí, midiendo.

Y luego él me sonríe.

Hay una comezón debajo de mi piel, encendiéndose en mi pecho, que es avivada cuando él me mira de esa manera—orgulloso de que ha puesto un niño en mí, incluso con las circunstancias enloquecedoras de todo ello— la cual no puede ser apagada hasta que él esté encima de mí, detrás de mí, debajo de mí.

Casi siempre es rápido, y desordenado. Golpes de dientes, arañazos, él se resbala de mi cuerpo en su fiereza. He mordido su pecho para dejar mi marca; él ha mordido mis muslos para dejar la de él. Pero nada en nuestras vidas es más real que esto.

Colapsamos juntos. Sus mejillas encuentran mis pechos y mis dedos encuentran su cabello y hasta entonces él me dice los detalles cotidianos de la semana anterior: despertarse, bañarse, vestirse, comer. Reuniones con su padre, reuniones con sus asesores. Comer más. Y luego, tiempo a solas en las bibliotecas con María, antes de retirarse a los cuartos de ella.

Ella finge leer, él me dice, mientras él se encuentra genuinamente —y felizmente— perdido en un libro. Pero luego, él se recuerda a sí mismo y toma la mano de ella para llevarla miserablemente escaleras arriba.

No se dice nada sobre el resto, aunque usualmente estoy tentada a preguntarle por más.

Quiero saber la mecánica de ello, la expresión del rostro de ella cuando él está encima de ella, y el peso en el corazón de él cuando solamente la toma para derramarse en ella... pero es la parte masoquista de mí que anhela por ello. Imagino que es lo mismo para él acerca de mi vida con Liam. Las oscuras e irracionales partes de nuestras mentes desean con ansias los detalles dolorosos, pero realmente no queremos darle más espacio.

Tratamos de imaginar quien es el amor de Liam, porque es tan bondadoso. Tratamos de entender que, si él ama a otra, porqué continúa reclamando mi cuerpo por la noche. Tratamos de entender por cuánto tiempo él ha planeado ser mi protector.

Y me muero de hambre a lo largo de toda la semana por mordeduras de esta franqueza, este completo acceso a Harry, por la manera en que compartimos casi todo —los más pequeños, los detalles más mundanos.

Pero, no discutimos de Douglas.

Harry confía en su mayordomo, yo no; es el único punto que siempre se siente amargo entre nosotros.

—Él fue a buscar a Paul para que te ayudara —él insiste cuando ha mencionado a Douglas y giré el rostro hacia el nombre. —Pero fui muy severo con él en el banquete. Él sabe que no apruebo como respondió.

Asiento, y no digo nada más. Y ese el final de todo.

Harry me besa, y me ayuda a ponerme de pie. Ambos estamos hambrientos y desnudos de los pies a la cabeza en el pequeño estante de en la esquina, encontrando algunas ciruelas y almendras en un tazón.

Noto como él mira mi estómago y luego parpadea lejos, perdido en sus pensamientos. Podría preguntarle en qué está pensando, y seguramente él me diría, pero cierta tranquilidad ha cubierto la habitación. El sol se filtra a través de estrellas de polvo bailando cerca de las ventanas, y solamente la mención de Douglas nos ha sacado de nuestra vida de fantasía. El sol trepa encima de los árboles en el patio, diciéndome que solo nos quedan unos cuantos minutos juntos.

Esta es la parte que más odio: el creciente, desgarrador pánico en mi garganta sobre dejarlo a él fuera de mi vista por otra semana, especialmente cuando nuestro tiempo en nuestra cama terminó en un lugar tan bajo.

Nuestro hijo se mueve dentro de mí y yo jadeo, agarrando mi abdomen.

Harry está contra mí en un santiamén, sus manos cubriendo las mías. — ¿Qué pasa?

—Él se movió. —Una sonrisa irrumpe en mi cara y mientras aparece, está reflejada en la de Harry.

Imagino unos pequeños pies; un niño de ojos verdes moviéndose y bailando.

La risa de Harry rebota por todas las paredes polvosas, y la habitación parece mucho más brillante.

—Serás capaz de sentirlo pronto —le digo.

Él quita una mano de mi estómago para llevar una ciruela a sus labios, tomando una mordida mientras mira mi rostro.

—Seré capaz de sentirlo pronto —él repite, y su sonrisa está rota en algún punto de la curva de su perfecta boca, pero sin importar cuán cuidadosamente la estudie, no puedo descifrar dónde.

Él tira de mí, besándome con labios sabor a ciruela.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora