Ahora: Doce.

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Mis brazos no son sostenidos nuevamente, pero él todavía no me ha mirado a los ojos. Ni siquiera sé si él sería capaz de reconocer mi cara entre una multitud. Han pasado dos años desde que él me pidió que dijera su nombre. Dos años donde lo más que he obtenido de él han sido miradas entre la multitud, o la vista de él por el patio o cuando monta a caballo por el campo.

Las tres noches pasadas su atención ha estado en mis pechos. Sus manos, sus ojos, su boca en medio de ellos antes de que él siquiera se coloque dentro de mí. Me pregunto qué será esto para él: si soy una distracción de la constante amenaza de guerra que se cierne sobre su cabeza. O si simplemente soy un juguete. O si él puede pretender que todavía es puro para la mujer con la que se casara pronto.

Las primeras noches él se acarició a sí mismo, u observó mi piel desnuda y luego simplemente se subió encima de mí, tomando su placer. Pero esta noche él me toca por minutos, horas, toda una vida entera, jadeando de placer. Él succiona como si se estuviera alimentando, sus dedos clavándose en la hinchazón de mis pechos, mis caderas moviéndose mientras lo siento endurecerse y humedecerse contra mi muslo.

La sensación de sus labios en mi piel lleva cada gota de mi sangre a la superficie. La sensación es una tormenta en mis oídos, fuego en mis venas.

—Sabes como la lluvia —él dice contra mi piel. —Como la lluvia y la madreselva.

El universo se expande y colapsa detrás de mis ojos cerrados.

—¿De dónde has venido? —él reflexiona, succionando donde mi pulso martillea en mi garganta— ¿Tan siquiera eres real?

Me siento apenada, horrible y con una infinita vergüenza cuando él se acerca para estabilizar su longitud y se desliza fácilmente dentro de mí.

Oh —él gruñe, su aliento entrecortado. — Por Dios y todos los cielos.

Cierro mis ojos aún más, sus superficies ardiendo. Estoy húmeda en medio de mis piernas, lo suficientemente resbaladiza para que él entre en un solo empuje en vez de una docena de febriles y ásperas puñaladas.

Conozco lo suficiente acerca de la unión de cuerpos como para entenderlo; toda mi vida he escuchado los gruñidos y exclamaciones silenciosas de la gente moviéndose juntas en la noche, todo alrededor de mí en el hacinamiento.

¿Estás húmeda para mí, muchacha? Mira esto. Resbaladiza en mi mano. ¿Estás rogando por ello, entonces?

La charla cruda significa algo diferente para mí ahora. Significa hambre y necesidad. Mi cuerpo quiere el de él. Y ahora él lo sabe.

¿Pensará que soy una prostituta?

—Yo no esperé... —él susurra, las palabras desvaneciéndose en un perezoso acento: —No esperé que pudiera ser así.

Abro los ojos ante esto, observando sus hombros moverse sobre mí a la luz de las velas. Él dice las mismas palabras una y otra vez. Puedo ver la curva de sus músculos moviéndose debajo de su cuello, recorriendo su espalda. Puedo sentir el balanceo de él encima de mí, rítmico. Él gruñe, profundo y ronco y se mueve encima de mi por minutos, horas, toda una vida.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora