Antes: Cincuenta y Uno.

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Lo que siguió es una historia que no pude contar en el momento.

Verás, yo estaba loca. No solo loca, no solo enojada, sino vengativa.

Mis puños cargaban truenos, mi corazón cargaba llamas.

Catroina llevó mi hijo a María. No la culpo; seguramente María amenazó la vida de Catroina o de sus hijos.

Pero fui dejada sola con la sangre derramada de mi parto y la leche en mis pechos y ningún recuerdo de mi hijo en absoluto.

Sin tiempo para contar sus dedos, besar sus dedos de los pies.
Sin momento para mirarlo y llamarlo por el nombre que elegimos.

Me limpié a mí misma con los paños que Catroina dejó detrás. Débilmente, me puse de nuevo mi vestido. Devoré la comida que me trajeron. Necesitaba mi fuerza.

La mataré.

Conté de uno a cien.
Y luego otra vez.
Y otra vez.
Lo hice doscientas veces, ni una sola vez perdiendo mi lugar.

Con mis propias manos, la mataré.

Ni siquiera quería que Harry viniera a casa aún. Quería que se mantuviera lejos un día pasado mi libertad. Porque si él regresaba antes de que yo estuviera libre, él la masacraría con su espada, y sería muy fácil.

Ella merecía una pequeña probada de veneno, goteado en ella en el lapso de semanas.
El empuje superficial de una daga.
Sed abrasadora. Hambre punzante.

Dolor.

~~

Pero, verás, María era una cobarde. ¿Cómo podría ella alimentar a mi hijo cuando ella estaba demasiado asustada de la ira de los aldeanos por enviar un soldado a buscar una nodriza?

Escuché sus pequeños llantos antes de verlo. Ellos hicieron eco por la escalera, llegando a mis oídos un agudo, enfadado chillido a la vez.

Escuché pesados pies arrastrándose, ahora, el golpe de metal contra metal mientras mi celda era abierta.

El guardia cayó a la par mío, rostro lleno de lágrimas.

—Mi señora —él dice, voz ahogada.

Con manos voraces, quito a mi hijo de sus brazos y lo pongo en los míos. Todos podemos ahogarnos aquí con las lágrimas, pienso.

—Eres un monstruo —le siseo al hombre. —Lo que has hecho en permitir esto... no le eres leal a este rey.

Este enorme guardia estaba temblando en sus rodillas a la par de mí. —Su bebé está hambriento. No sabemos qué hacer.

Lo miré hasta que se volteó.

Mi hijo era pequeño, y ambos éramos nuevos en esto, pero tiré de mi vestido, y lo atraje hacia mi pecho. El instinto lo hizo salvaje, locamente buscando por mí.

—Ah —Le alabe cuando comenzó a mamar. —Ahí estás. Ahí tienes, mi amor.

Grandes ojos, claros como el cielo.
Gran boca rosada, tan hambrienta.

Él estaba frenético y temblando. Sus pequeñitas manos golpearon mi pecho mientras él se sacudía, lentamente calmándose mientras lo sostenía, piel con piel.

Él hacía ruiditos mientras comía, ojos cerrándose.

—Yo soy tu Mami —susurré. —Y te amo muchísimo.

Saqué las mantas a un lado, dejando que mi vista hambrienta tomara todo.

Hoyuelos en sus mejillas mientras tragaba.
Diez dedos de las manos.
Diez dedos de los pies.
Un palpitante, floreciente corazón.

Parpadeé mientras mis ojos se movían más abajo.
Mis lágrimas se deslizaron de mi barbilla, cayendo sobre el pequeño pecho de ella.

No un hijo. Una niña.

—Bueno, hola Princesa Anne.

Cuando me incliné, besando su cabeza, ella olía como la lluvia, como aire infundido con sol.



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Tengo una curiosidad... ¿De qué país son? c:


No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora