Antes: Veinte.

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—Cuéntame acerca de tu madre.

Él estaba acostado en el césped, observando las nubes cuando dije esto. Tenía trece, aquí, y no podía ver nada del rey en su rostro. El rey: fornido y rudo, rubio y enorme. Mi príncipe: alto, esbelto, lentamente convirtiéndose en hombre.

Volteó su cabeza para mirarme, preguntando: — ¿Te refieres a lo que mi tío me contó? Eso es todo lo que tengo.

—Sí, mi Señor.

Él cerró sus ojos, inclinando su rostro hacia el sol. —Él me ha dicho que ella era hermosa. —El príncipe me miró por el rabillo del ojo—. Por supuesto que me parezco a ella —él añadió, y ambos reímos.

Su sonrisa se disolvió lentamente. —Mis ojos. Mi altura. —Él se detuvo, pareciendo reacio a seguir. —Mi bondad.

—Su bondad —repetí, de acuerdo con él. —Es conocido por eso, mi Señor.

— ¿Lo soy?

—Sí. —Asentí, cerrando mis ojos. —Usted es amado.

— ¿Por todos? —preguntó, su voz acarreando un poco de burla.

Me volteé para mirarlo, devolviéndole su sonrisa maliciosa. —Por la mayoría, mi Señor.

Él rio, y se dio vuelta como si fuera a luchar conmigo antes de que pareciera pensarlo mejor, se incorporó en posición vertical, apoyando sus codos en sus rodillas dobladas.

Un tenso silencio nos sobrecogió. Él lo rompió al fin con un tranquilo: — ¿Por qué no me llamas por mi nombre?

No supe cómo responder esto. Pude haberle admitido que quería ser la reina; él pudo admitir que él no tenía ningún deseo en ser el rey, pero estas eran cosas en las que no teníamos opción. Decir su nombre de pila era diferente. Incluso a esa temprana edad, los límites habían sido martillados en mí. Cuando inclinarse, cuando evitar la mirada, cuando tenía que alabar, cuando mantenerme callada entre las sombras. Verás, esa era la manera de las cosas. Las reglas no nos eran impuestas; simplemente existían.

Cuando no respondí, pareció darse por vencido. Agarró una cuchilla de vidrio, cortando limpiamente por la mitad de la uña de su dedo pulgar.

Su limpia, y suave uña.

Mantuve mis manos en mi regazo: gruesas, no sucias, pero tampoco limpias. Me pasé la yema de mis dedos a lo largo de una cicatriz estrecha en la parte de atrás de mi mano y luego metí mis manos debajo de mis faldas.

Él lo notó.

—No me importa cómo vienes a mí —él dijo.

Sentí como el sonrojo subió por mi cuello. —Gracias, mi Señor.

—Quiero decir, a veces preferiría venir a ti como sea que me levante los sábados: desaliñado, arrugado, o descuidado.

Mi sonrojo se intensificó e intenté alisar mis faldas. —Oh.

Él resopló. —Eso no es lo que quise decir. Supongo que solo estoy rumiando. No me gusta que nunca la conocí.

No estaba segura que conectó mi estado de desaliño con su madre, pero respondí solo con un callado: —Estoy segura.

—Prefiero pensar que ella hubiera hecho mi vida un poco diferente a lo que es.

Lo miré de reojo cuando dijo esto. Él estaba hermoso, alto, agraciado. Su piel estaba rosada con la sangre corriendo debajo de ella: bien alimentado. Sus músculos parecían estar creciendo diariamente. Él estaba limpio, sano, adorado.

—¿No te gusta tu vida? ¿En el castillo con comida interminable, ropa de cama limpia y candelas frescas en tu mesita de noche?

—Hay aspectos que son agradables —él admitió. —Pero no necesito ayuda para bañarme o vestirme. No requiero comidas lujosas. Es solitario, Cathryn. No hay nadie en la casa que me llame por mi nombre de pila. Yo soy mi Señor. Su Alteza. Señor. Hijo.

Lo observé, esperando.

—Solo río contigo. Me refiero a realmente reír, desde aquí. —Él presionó una mano debajo de sus costillas. —Daría todas las candelas y ropa de cama limpia por una vida de canción y risas y simplemente ser amado. Simplemente.

—Mi Señor —argumenté suavemente. —Eres amado por todos.

—Ah —él dijo, riendo sin alegría—. Sin embargo, de eso se trata. Preferiría ser amado profundamente por uno, a ser amado ciegamente por cientos.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora