Antes: Dieciséis.

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Era una noche brillante. El sol se había ido, pero persistía, confiando en las estrellas para llevar su luz hasta que saliera nuevamente.

Una multitud inquieta crecía en el patio de piedra. Primero una docena, luego cien, luego muchos más. El arrastrar de los pies a través de la piedra caliza se convirtió de rasguños irregulares a pisadas rítmicas. Mi corazón presionado contra mi esternón, hambriento.

El príncipe acababa de cumplir diecisiete, había un brindis, un festín, bailando hasta altas horas de la noche. Pero yo no estaba permitida en el patio para el discurso del rey.

Me hicieron quedarme atrás, sirviendo la cerveza, sirviéndoles a los hombres que venían a rellenar sus vasos. Mi madre me quería cerca de la taberna. Da me quería fuera del alcance de los hombres glotones en el patio.

Me demoré en la puerta, mirando al rey aparecer desde detrás de la pesada cortina, alzando su copa en celebración. Miré al príncipe aparecer después, sonrisa tímida convirtiéndose en algo más fácil, algo infinitamente más adorable. Los gritos y chillidos crecieron de manera ensordecedora; su sonrisa se hizo más grande, como si mirara un horizonte vasto de tesoros.

Ojos verdes parpadearon, buscando. Escaneando. Verás, él hizo esto. Hizo que todos sintieran como si hubieran sido incluidos, notados por él. Una madre gallina, contando sus pollitos.

Excepto que sus ojos no se detuvieron ni una sola vez. Una y otra y otra vez ellos barrieron a través de la multitud, encontrándose con cientos de pares de ojos cada cierto segundo mientras su padre continuaba hablando. Y luego parpadeando, él me vio en la distancia.

—Feliz cumpleaños, mi Señor —susurré.

Él no apartó la mirada.

—Todavía te pertenezco —dije al aire, a la luna tranquila, a las estrellas esperando al sol.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora