Ahora: Diecisiete.

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Ninguna palabra inmediata de compromiso se extendió cuando la familia regresó dos días después de que yo descubrí el placer, sola en el cobertizo de la taberna.

La tarde de su regreso, solo horas después de que los carruajes hayan sacado las cajas de descargas frontales y los baúles, el mayordomo del príncipe me pasa mientras cargo un saco de malta. Él está fuera de lugar aquí, resplandeciente en terciopelo suave, satín grueso, botas delicadas. Su piel es pálida y suave. Sus manos son pequeñas; sus ojos no bailan. Casi se me cae la bolsa de granos de mis manos ante la vista de él en el camino polvoso: nunca antes lo había visto en estos lados a la luz del día.

Él mira directamente, solamente diciendo: —Ven por ti misma esta noche. El príncipe te solicita, y ya no tengo mente como para arrastrarte hasta allí.

~~

Mira mi rostro, pienso mientras tiro mi ropa al piso. Necesito ver tus ojos. Necesito verte mío.

Pero él no lo hace. No lo hará. Me hace odiarlo un poco, cuando nunca pude haber comprendido tal cosa antes.

Aquí estoy, lavada, despojada y desnuda en su cama, habiendo tomado su cuerpo una y otra vez y él ni siquiera ha mirado mi rostro.

Tú eras mi mejor amiga.
Tú conoces mis más oscuros secretos y yo conozco los tuyos.
Después de todo, no te he visto en catorce noches.

Mi príncipe, mi príncipe. Mírame.

Tan pronto como soy propensa, él tira su ropa interior, dejando su camisa suelta y se sube al colchón.

Observo su cara mientras me estudia, sus ojos observando mi cuello y parpadeando perdidamente ante la hinchazón de mis pechos. Se ve casi salvaje.

—Déjanos, Douglas.

El tiempo se detiene.

— ¿Mi Señor? —el mayordomo pregunta desde la oscura esquina. La solicitud es inaudita. El príncipe no está casado. Sin Sir Douglas en la habitación, él estará desprotegido.

—Vete.

La pesada puerta de madera se abre, sonidos metálicos cerrándose. Mi mundo se desemboca, se desemboca, se desemboca. Se derrama.

En el cuarto oscuro, el sol se vierte a través de mi piel.

Estamos solos.

Manos cálidas se deslizan desde mis muslos hasta mis caderas.

— ¿Todo bien? —él me pregunta y sé que esta vez no lo he imaginado. Sus ojos nuevamente han evitado mi rostro. Están enfocados en mis manos, entrelazadas por encima de mi cabeza.

Un millón de caballos galopan debajo de mis costillas. Fuimos amigos una vez, pero nuestros roles no son como una vez lo fueron. No somos dos niños sentados en el césped. Él es un príncipe, criado para esperar que todo mundo haga lo que pida. Yo soy una chica de la cerveza, criada para hacer lo que me digan.

—Dije, ¿estás bien?

—Bien —susurré. El sonido de su voz así —tranquilo, solo para mí— es tan desorientador que siento que me voy a desmayar. No puedo tomar aliento lo suficientemente profundo por lo nerviosa que me he puesto.

Estamos solos. Por primera vez en años, estamos solos.

Sus manos se deslizan más arriba, de mi cadera a mi pecho y se inclina, succionando.

Muerdo mi labio, con dureza.

—Todavía estabas pura cuando viniste a mí —él dice contra mi piel. —Sangraste en mis sabanas. Sangraste en .

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora