Ahora: Dieciocho.

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Siento el sutil movimiento de cuerpos detrás de mí, el susurro de las faldas de Mary y luego el silencio que solo viene con una habitación llena de cuerpos que contienen sus respiraciones.

—Cathryn —Da silba a través de la taberna.

Me vuelvo, jadeando y caigo en una profunda reverencia a los pies del mayordomo.

—Requiero a la chica.

—¿Mi Mary? —mi madre pregunta, sin aliento por la sorpresa.

—La joven. Tiene que servirle al príncipe su comida de la tarde.

Mi estómago se disuelve, mi corazón se incinera.

Los ojos de Mary me observan, aterrorizada de escándalo. Da resplandece de orgullo ajeno.

—Anda entonces —él dice, colocando su mano en mi espalda, empujándome.

Me tambaleo hacia adelante, tropezando detrás del mayordomo. Mis padres no saben lo que hay por descubrir, pero yo sí.

—Señor —susurro detrás de él mientras cruza como un rayo el campo, a la sala, hasta la gran escalera. —Por favor, señor —le ruego, tropezando detrás de él a lo largo del pasillo de terciopelo, hasta el último par de escaleras. —No así. No a la luz del día. Verá, los sirvientes hablan. Me arruinará.

—No está en mí, muchacha. —Sostiene la puerta abierta, señalándome que entre. —El príncipe requiere de tu compañía.

~~

Mi sangre se calienta. Él está de pie junto a la ventana, volteándose hasta que cierro la puerta detrás de mí y le doy la más pequeña y superficial reverencia.

—Levántate —él murmura. —Desvístete.

Me levanto, mi boca apretada y con temblorosas y furiosas manos, desato mi vestido, empujando mis faldas bajo mis caderas. En estos cuartos, él solamente me ha visto con poca luz, después de estar lavada, y en mis ropas de dormir. Aquí estoy a la luz del día, cubierta de hierba derramada de la caldera de la taberna, los dedos quemados y pegajosos.

—He venido a usted hecha un desastre —le advierto, desnuda en frente de él, tirando de mi cabello para librarlo de mi gorro.

Él no parece haberme escuchado. —Súbete a mi cama.

Camino por la habitación, sintiendo sus ojos en mi espalda, en mis caderas.

Recostada, veo como merodea frente al colchón, completamente vestido.

Sus labios encuentran mis pechos, mi cuello, mi oreja.

A lo largo de los brazos, la carne se me pone de gallina y me agarro de la ropa de cama a la altura de mis caderas para evitar acercar su cabeza contra mí, para mantener mis dedos quietos en vez de tejerlos entre sus oscuros y rebeldes rizos.

—Dime lo que sentiste anoche —él dice contra mi mejilla.

—Usted me tomó, mi Señor.

—Eso no es a lo que me refiero y lo sabes. Te rendiste ante el placer. Me acompañaste en el placer —él susurra. —Desde las horas que han pasado no he pensado en nada más.

Presionando sus caderas hacia adelante, gruñe, enojado. —¿Ves lo que has hecho? Cierro los ojos y saboreo tus pechos. Camino por los jardines y siento el cierre húmedo de ti.

Duro y urgido, su longitud se apuñala contra mis caderas.

Mi aliento se corta cuando llega en medio de mis piernas, tocando.

— ¿Es aquí? —él susurra, acariciando. Acariciando. — ¿Es aquí donde sientes más?

Aprieto mis ojos cerrados, luchando por mantener el dolor a raya.

—Dime, Cath.

Mis ojos se abren inmediatamente ante el sonido poco familiar, un tierno apodo. Nadie me llama Cath. Solamente Cathryn. O, en mi familia, Catie.

Él me ha llamado así antes. Todas estas noches él me ha llamado así: cada una de ellas. Una consonante sorda, un acabado suave.

Cath.
Oh, Cath.

Cath.

Una y otra y otra vez mientras se movía dentro de mí.

Está mirándome directamente al rostro. Sus ojos son el verde más brillante que he visto, incluso en los campos.

— ¿Es aquí? —repite, sus dedos dando vueltas y vueltas alrededor de la pequeña pendiente, el único lugar que convierte mi mente en fuego y mi cuerpo en calor.

Tan húmeda para él.

—¿Es ahí donde sientes tu placer?

Cuando me tocas, lo siento por todos lados, pienso.

—Por favor, necesito saberlo. Necesito... —él se desvanece, agachándose para presionar su cara a mi cuello. —Solo necesito saberlo.

A regañadientes, asiento. Él se mueve más despacio, cubriendo la sonrosada punta de mi pecho con su lengua, antes de mostrar sus dientes y rasguñar un poco, haciéndome jadear.

—Enséñame cómo puedo darte placer a como lo hice anoche. Enséñame cómo hacer que tu cuerpo libere mi semilla cuando te tomo.

Pero él no deja de hacer lo que está haciendo. Él ya lo sabe perfectamente. Él puede verlo escrito en mis grandes y suplicantes ojos, en mi húmeda boca.

—Tu cuerpo alrededor del mío —él susurra sobrecogido. —El encaje de ello. La sensación.

Tragando, cierro mis ojos, dejando mis labios separados mientras él continúa acariciándome.

—Cuando no estás mordiendo tu labio... ¿Qué sonido haces cuando tu cuerpo se rinde?

Sin pensarlo, me inclino, enrollando mis manos alrededor de su muñeca, balanceándome en él.

Es la primera vez que lo toco, y él no hace nada para alejarse.

Él sonríe.

—Dame todo, Cath —él dice gentilmente. —No puedo ofrecer nada a cambio, pero lo quiero todo.

Cuando sus dedos me traen alivio, él presiona su oreja contra mis labios, lo más cerca que puede, escuchando cada sonido.

Dejé escapar un sollozo con el corazón roto, un grito ahogado.

Y luego, se aleja lo suficiente para mirarme a la cara, ojos victoriosos mientras parpadean de ida y vuelta entre los míos.

— ¿De verdad? —él pregunta.

—De verdad.

No Fury (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora