Capítulo 1

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El sol caí brillante y cálido sobre la espesura del Bosque Verde intensificando los colores de los árboles y plantas que allí crecían. Parecía un día estupendo para recorrer los senderos, admirar la belleza de la naturaleza, sentir la briza que regocija los sentidos y reconforta el alma.

El día transcurría apacible para los habitantes del Reino del Bosque Verde, cada uno dedicado con ahínco al perfeccionamiento de su arte o destreza. Era encantador escuchar y contemplar a los elfos que hacían gala de sus melodiosas voces al entonar antiguos cánticos, los cuales, eran acompañados por bellas danzas.

Entre los árboles podían distinguirse a los pequeños elfos que corrían y reían animadamente; unos escondidos cuidadosamente entre los troncos, hojas y arbustos, mientras otros parecían buscar discretamente a su compañero de juego. Algunos más preferían sentarse en el césped o trepar a la copa de los árboles para contemplar el cielo o; conversaban con gran interés sobre diversos temas.

En los árboles y la tierra había suculentos frutos que eran recogidos, limpiados y posteriormente distribuidos entre la gente del pueblo. Bajo la sombra que proyectaba la arboleda podía verse a varios grupos de elfos que escuchan, reflexionaban y preguntaban con gran interés al elfo que les narraban las historias de su pueblo.

Los elfos aprendían y se esmeraban por convivir en armonía entre sí y con su entorno. El bosque entonces parecía vibrar al unísono con la vida del pueblo élfico y acogía con calidez a sus habitantes proveyéndoles refugio, abrigo y comida.

Esa sensación de candidez le embriagaba los sentidos y le inflamaba el pecho de felicidad, cerró los ojos, alzó el rostro al cielo y agradeció a Ilúvatar. Entonces un sutil viento movió sus cabellos y depositó un agradable aroma a su alrededor. No sabía cuánto tiempo llevaba en ese estado pero podía percibir que los sonidos y la actividad a su alrededor parecían ir apagándose.

Suspiró profundamente antes de abrir los ojos, de pronto, todo estaba oscuro, como si la noche lo hubiera tomado por sorpresa en lo más profundo del bosque. Se sobresaltó al no poder distinguir silueta alguna ni siquiera la de sus manos frente a su rostro. Su corazón empezó a retumbar en el pecho y su respiración iba agitándose. Extendió ambas manos tratando de palpar al frente o a los lados para intentar no tropezar; caminó despacio pero no tocaba nada. ¿Dónde estaba?, ¿acaso se había dejado llevar imprudentemente por sus sentidos? Alzó la vista para tratar de ver las estrellas y poder entonces ubicarse, pero era inútil.

La oscuridad era impenetrable, comenzó a desesperar, llevó las manos a la cara para tocar sus ojos e intentó masajearlos para acostumbrarlos a la penumbra, nada pasó. Entonces gritó intentando llamar a alguien pero su voz parecía perderse en aquel lugar. Lentamente siguió caminando y decidió ponerse de rodillas palpando el suelo, podía sentir la tierra húmeda y las hojas pero ningún árbol cercano, probablemente se encontraba en un claro; lo cual era extraño dado que el bosque era denso y pocos lugares había en los que la tierra le hubiera ganado campo a la portentosa floresta.

Pero entonces ¿por qué no podía ver la tenue luz de lo que parecía ser el cielo nocturno? Un pensamiento lo perturbó ¿estaría perdiendo sus sentidos? El conocía perfectamente el bosque hacía cientos de años que escudriñaba sus rincones, entonces ¿cómo era posible que se sintiera perdido y vulnerable? Intento calmarse, decidió que era mejor quedarse donde estaba esperando a que la luz del amanecer le revelara su ubicación. Se tendió sobre el suelo e intento aguzar sus sentidos, los elfos eran criaturas extraordinariamente sensitivas, sin embargo, aquella negrura comenzaba a nublarle la mente.

El viento sopló con fuerza inusitada moviendo salvajemente árboles y plantas produciendo crujidos que parecían lamentos de la vegetación cuya aparente calma había sido turbada. De pronto un estruendo a unos pocos metros le obligó a levantarse de golpe, rápidamente sacó una daga del cinto; se tensó y esperó. El silencio volvió a reinar en aquél lugar entonces percibió un roce ligero en una de sus mejillas, volteó extendió un brazo sin dejar de empuñar firmemente la daga con el otro; después un pequeño empujón lo movió, nada podía distinguir en aquella lobreguez.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora