Capítulo 82

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En la frontera norte, la batalla seguía sin cuartel, sangrienta y descarnada. Los muertos se contaban por millares entre los enemigos, pero las bajas de los elfos también eran cada vez mayores. Una nueva horda de orcos, jinetes huargos y hombres, que superaban a los elfos tres a uno, arremetían con ferocidad.

Thranduil estaba sobre la copa de uno de los árboles más altos del lugar, desde allí analizaba la situación. De pronto la lluvia comenzó a caer a raudales y los relámpagos iluminaban con un impresionante resplandor blanquecino a las huestes de Sauron que se arremolinaban a lo largo de la frontera.

-Majestad, no resistiremos mucho.- comentó Anardil que había trepado a lado del rey.

-Iston (Lo sé).- dijo con frialdad, el monarca lo miró.

-Los dejaremos entrar, envía un mensaje al palacio, que se movilicen las tropas de los noldor y vayan a su encuentro. Nosotros los seguiremos de cerca y atacaremos por la retaguardia.- dispuso el soberano, sabiendo que era una estrategia por demás peligrosa.

Anardil asintió, dio el toque con el cuerno y las tropas élficas subieron a los árboles, los jinetes se retiraron. El enemigo se desconcertó y muchos se quedaron estáticos, momento que fue aprovechado por los arqueros y lanceros para liquidarlos.

Thranduil descendió del árbol, montó a Dîn pero en ese instante la vista se le nubló, el sonido a su alrededor desapareció, y en su mente escuchó aquella temible voz...

Aran Thranduil!- gritó Anardil, desesperado, al ver que un huargo se precipitaba contra el monarca, instante en el que el caballo del rey se paró en sus patas traseras, esquivando apenas el ataque, sin embargo, debido al intempestivo movimiento el elfo sinda cayó de espaldas y el huargo arremetió.

Anardil desmontó, y empuñando la espada, dio una estocada en las patas traseras, al tiempo que tras él brincaba un furioso Astaldo para enfrascarse en una terrible lucha contra el huargo. Anardil se escurrió entre la reyerta y arrastró al rey hasta colocarlo detrás de uno de los árboles con el tronco más grueso.

El guardia real, se dio cuenta que el soberano parecía estar en una especie de trance, pues no respondía y sus ojos estaban desenfocados. Miró hacia todos lados, nervioso, se encontraban en una posición muy vulnerable. Trató en vano de que el monarca reaccionara.

*

Aquella voz reía a carcajadas siniestras. –El rey de los elfos, acorralado en su propio reino. ¿Qué harás? Morirán como las ratas que son. ¿Qué te creías que todo esto era uno de tus juegos pretenciosos? ¿Quién jugó con quién?- su mente, que estaba completamente en penumbras, fue alumbrándose paulatinamente como los latidos de un corazón; aquel resplandor era producido por el fuego que iba incrementando en intensidad. Thranduil era un espectador de lo que sucedía dentro de su mente. De pronto, apareció la figura de Lothíriel, estaba tendida sobre el césped parecía estar sufriendo...

Aranya Thranduil! Tenemos que movernos...- aseguró con desesperación Anardil, entonces notó que el rey lo miraba, parecía intentar hacerle entender algo, pero no consiguió articular palabra, ni moverse. –Hîr vuin (Mi señor)-

*

-¡Bellísima criatura, perfecta para una esclava!- Thranduil veía a Lothíriel en su mente, entendió entonces que su esposa estaba en trabajo de parto. Intentó concentrarse para salir de ese ensimismamiento, pero no lo consiguió. -¿Qué sucede? ¿El rey está angustiado por su descendencia, una que por cierto decía no querer? Vaya qué irónico, en eso estamos de acuerdo, y te ayudaré ya lo verás.- la voz volvió a reír. Thranduil sintió que el pecho le reventaba de dolor...

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora