Capítulo 60

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Al menos una semana había transcurrido desde la última vez que Amond y sus hombres partieran del pueblo. El anciano e Ivorwen habían cuidado de Vorondil, y éste se había recuperado casi por completo de sus lesiones, en gran medida gracias a su naturaleza élfica, pero también a la oportuna atención de ambos. Aunque las ausencias no habían hecho relajar las precauciones que se tomaban, pues ojos indiscretos podrían estar distribuidos por lugares inesperados.

Ivorwen y el curandero seguían investigando el sitio, sin embargo, no pudieron acercarse al Templo Negro, pues un aura de malignidad les impedía si quiera el más mínimo intento. No obstante, se dieron cuenta de un par de cosas: por un lado, un intenso vapor se elevaba donde corrían los principales afluentes. Por otro lado, la temperatura se había incrementado notablemente, debido a ello las plantas y árboles cercanos al pueblo habían adquirido un enfermizo tono grisáceo.

Vorondil pese a mantenerse recluido se había dado cuenta de los cambios que Ivorwen sufría cuando la malevolencia del lugar se hacía más perceptible, aunque él mismo sentíase asfixiado y mermado. La joven del Pueblo del Valle se sumía en un completo estado de ausencia, abandonándose a un ensueño lóbrego y cruel, del que sólo el tiempo lograba devolverla. Durante ese periodo el curandero notó que algunas de las venas de la chica, particularmente las del pecho y cuello se tornaban negras y visiblemente palpitantes. Aunque el viejo había extraído sangre de la mujer, ésta parecía completamente normal a primera vista y, aun haciendo algunas investigaciones más a fondo nada había resultado.

A sugerencia de Vorondil se le había suministrado algo del elíxir eldar que empleaban los elfos en caso de heridas o situaciones apremiantes. No obstante, el resultado había sido, inesperadamente, lo opuesto: Ivorwen empeoraba por lo que abortaron tal idea y sólo estuvieron al pendiente de ella.

Una noche particularmente calurosa y con intensa neblina, Ivorwen escapó de la casa que compartía con Amond, evitando a Mairel quien dormía a la entrada de la casa sobre una silla que crujía al más mínimo movimiento. La joven se encaminó cuidadosamente por el pueblo hasta llegar a la casa donde Vorondil y el viejo permanecían, al llegar tocó con el filo de las muletas, de inmediato el curandero abrió.

En la frente de Ivorwen se había formado ya pequeñas gotas de sudor y es que el calor resultaba sofocante. El anciano también padecía los estragos de la temperatura y se secaba la cara constantemente con un trapo. Una vez dentro de la casa la chica se dirigió hasta donde estaba Vorondil, el cual, se encontraba en una de las estancias más amplias y levemente iluminadas por un viejo quinqué. Allí practicaba algunos movimientos de combate con un par de palos que simulaban sus dagas...

-Ivorwen tomas demasiados riesgos al venir aquí a solas...- señaló Vorondil, deteniendo su práctica cuando sintió la presencia de ella observando desde la puerta.

-No me importa.- respondió aproximándose a él.

-Pero a mí sí.- manifestó el guerrero abrazándola y besándola. –Recuerda... la promesa... que me hiciste.- pronunciaba el guerrero silvano entre besos.

-Lo sé y lo haré...- respondió Ivorwen, abrazando fuertemente al elfo, el cual, se mantenía fresco y aparentemente indiferente a la asfixiante temperatura.

El elfo se quedó estático aguzando sus sentidos. –Debes irte ahora.- demandó.

-¿Qué sucede?- preguntó Ivorwen, observando a su alrededor sin percibir nada.

-No hay tiempo, vete.- repitió Vorondil dirigiéndose hacia la estancia donde originalmente había sido confinado. Allí estaba el viejo revolviendo una sustancia de color pardo y con aroma ácido, éste se sobresaltó al ver la inesperada entrada del elfo.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora