Capítulo 62

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Sentía mucho dolor, el cuerpo completamente entumecido y un profundo cansancio le abrazaba hasta casi hacerle desfallecer. Abrió los ojos, o al menos eso creía, pero todo seguía oscuro, logró mover uno de sus brazos y tocó el sitio a su alrededor, estaba húmedo, duro y con diversos objetos esparcidos por allí. Intentó entonces incorporarse pero una ráfaga dolorosa lo mantuvo anclado al suelo. Entonces sintió que alguien le tocaba, el lugar adquirió un tono carmesí y un constante crepitar llamó su atención. Movió un poco el rostro y en su campo visual aparecieron dos figuras... entonces recordó lo que había sucedido y se alarmó, se arrastró cuanto pudo lejos de esos extraños y buscó algo que le sirviera como arma, pero las fuerzas le abandonaron y permaneció en el suelo inmóvil.

Nuevamente sintió el leve toque en uno de sus hombros pero no hizo intento alguno por luchar. Escuchó lo que parecían gruñidos y balbuceos provenir de aquellas dos figuras, finalmente logró ver el rostro de una mujer, que parecía querer decirle algo que no atinaba a transmitir sino con sonidos extraños. Del otro lado, un hombre sostenía la antorcha y hacía algunos ademanes, ambos con aspecto deplorable y comportamiento por demás extraño.

Miró a su alrededor, vio que se encontraba dentro de una celda, se tocó la muñeca y notó una cadena aferrándola. Una vez más el toque de aquella mujer devolvió su atención a ésta, sintió que un líquido se derramó por su torso y un ardor atroz le hizo apretar la mandíbula. Después le acercaron un cuenco; el hombre había colocado la antorcha a un costado e intentaba ayudar al elfo a inclinar la cabeza para que bebiera. Cuando tragó el contenido sintió una oleada de calor en su interior. El hombre y la mujer se miraban entre sí con aprensión, la mujer se movió y comenzó a delinear algo entre el barro que cubría el piso de la celda, después el hombre ayudó al elfo a sentarse para que pudiera ver aquello.

Vorondil miró el barro, la mujer había escrito algo allí: no temas...- continuó –Mí esposo y yo éramos sanadores hasta que nos esclavizaron y nos trajeron aquí...- el elfo observó a ambos, y siguió atento la temblorosa mano de la mujer, -El maligno nos trajo, tiene planes para ti.- una expresión de horror surcó el demacrado rostro de ambos. –Salvarte es nuestra tarea, se nos prometió la libertad...- esto último provocó que el elfo echara la cabeza hacia atrás y cerrara los ojos. El hombre lo removió un poco para llamar su atención, el elfo los vio nuevamente, y echó un vistazo al barro donde más palabras delineaban: -Mucho tiempo has estado en la inconciencia, pero un nombre siempre pronunciabas: Ivorwen.-

El elfo de ojos ámbar habló con dificultad.- ¿Qué es este lugar?- los humanos se miraron entre sí, haciéndose más evidente la locura que atisbaba en sus ojos.

-Máquina de muerte...- escribió temblorosamente la mujer.

-No hay salida...- susurró el elfo, apretando los ojos producto del intenso dolor que le atravesaba todo el cuerpo. –No hay salida...- quería que le dejaran allí, que le abandonaran al destino que yacía ahora en esas mazmorras.

Aquella pareja prosiguió con su tarea de mantener con vida al elfo, durante las casi dos semanas que habían transcurrido desde que lo capturaran. Habían logrado extraerle las flechas y, en la medida que las insalubres condiciones permitían, limpiar y curar las numerosas heridas. Los hombres de Amond les habían proveído de algunos insumos para que llevaran a cabo esa encomienda.

Ambos sanadores atribuían el hecho de que Vorondil siguiera con vida, a la fuerza y resistencia extraordinaria que poseían los eldar. Sin embargo, aquella oscuridad y maldad que intoxicaban el ambiente iban haciendo mella en el espíritu del elfo. La pareja se mostraba preocupada, pues aferrándose a una vana esperanza de libertad prometida, hacían hasta lo imposible por salvarle la vida al elfo y con ellos la suya.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora