Capítulo 3

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Thranduil salió de la Cámara del Consejo, ordenó a sus guardias que no le siguieran, deseaba estar solo en sus aposentos, calmarse y descansar; pues el dolor de las lesiones había empeorado considerablemente.

Al entrar a su refinada habitación, lanzó la corona contra una de las paredes y, el pequeño rubí se desprendió de ésta. Caminó hasta el ventanal, tomó la botella de vino y bebió. Las palabras de Isilion le daban vueltas en la cabeza, se sentía repulsivo al sólo considerar la posibilidad de que su vulnerabilidad estuviera atrayendo la podredumbre de Sauron.

Pero si eran meras elucubraciones del Consejero ¿por qué se sentía tan molesto?, sí nada de lo que había explicado Isilion tenía que ver con él ¿por qué aquello le afectaba tanto? Ó era el hecho de que alguien lo hubiese verbalizado lo que cristalizaba sus más recónditos pensamientos.

Thranduil salió al balcón de su habitación, el viento era frío y el bosque se teñía de colores rojizos y naranjas, el otoño estaba en apogeo. Pudo percibir que alguien llamaba a la puerta.

-He ordenado que no se me moleste, ¡Ego! (¡Fuera de aquí!).- gruñó frustrado el Rey.

-Entiendo Tari meletyalda (Majestad), pero he traído los preparados medicinales para sus heridas y algo de comer.- dijo desde el corredor Ereb.

-No me interesa, ¡Heca! (¡Largo!).- enfatizó el malhumorado Rey.

Thranduil decidió salir a caminar por el bosque, ya que, al parecer no se le dejaría en paz en el palacio. El porte imponente del Rey se tornaba intimidante cuando estaba alterado, así que, ningún elfo se atrevió a cuestionarlo o a interponerse en su camino.

Cuando estuvo en el exterior, aspiró una bocanada de aire fresco y se internó en el bosque. Marchó durante un tiempo pero su temperamento seguía implacable. De pronto, un fuerte dolor en el pecho le puso de rodillas sofocándolo y, allí estaba la espada clavada en su pecho. El fuego devoraba todo... lo devoraba a él.

Había un canto casi imperceptible, inmutable, poderoso y, al mismo tiempo, delicado. El bosque se presentó ante sí, con sus abultadas alfombras de hojas rojizas alumbradas por los trémulos rayos solares que se colaban entre la arboleda. Salió de la ensoñación y se puso de pie con dificultad.

La melodía seguía allí o, tal vez no, aún así caminó hasta el lugar de donde provenía el sonido. Pronto llegó a un claro por el que corría un arroyo; sentada sobre las hojas estaba una elfa de brillantes cabellos negros, sobre su regazo, un cervatillo yacía tranquilo al ser tiernamente acariciado por las delicadas manos de ella quien entonaba en un susurro lo que parecía ser una canción de cuna.

Thranduil observó tranquilamente aquello, sin embargo, la cría se percató de su presencia y huyó para refugiarse detrás de una de las gruesas raíces.

-Encontré a este pequeño hace algunos días, parece ser que ha perdido a sus padres.- reveló la elfa, mirando el lugar en donde se escondía el cervatillo.

-¿Estás sola?- cuestionó con curiosidad Thranduil mirando a los alrededores.

-Ahora ya ninguno está solo.- respondió la elfa dirigiéndole una encantadora sonrisa que iluminaba sus hermosas facciones.

-Procuro venir todos los días a alimentar a la cría. Al principio, estaba demasiado asustado como para acercarse pero, ahora creo que confía en mí y ha comenzado a comer.- explicó con naturalidad la elfa quien buscaba algo dentro de su canasto.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora