Capítulo 55

55 6 0
                                    

Varios días habían transcurrido, Vorondil vigilaba como un halcón al Pueblo del Bosque. Pero sus ojos, guiados por su corazón, siempre la buscaban a ella. Era durante los atardeceres que Ivorwen salía a la parte trasera de la casa en la que vivía, y allí se sentaba canturreando quedamente debajo de un árbol delgado. La tristeza se evidenciaba en su sonrisa apagada, su cuerpo frágil y humillado... todos los días salía a la misma hora hasta que el sol se ocultaba, y con ello su voz enmudecía. Miraba con anhelo hacia el Bosque Verde... esperando y soñando con otros tiempos.

Vorondil se apretaba el corazón para no correr a abrazarla y decirle que ya no se marcharía, pero eso debía esperar. Por alguna razón Amond y Gilbre habían marchado hacia un destino aún desconocido, según había informado el curandero al elfo, y aunque Vorondil rastreó cuidadosamente la zona, no encontró vestigios de su partida. Lo que sospechaba es que probablemente el hombre se había refugiado en aquél templo negro, lo que ignoraba eran para qué y por cuánto tiempo. Por ello debían ser aún más cauteloso.

El curandero se había reunido diariamente con Ivorwen, la chica había decaído visiblemente desde aquella funesta experiencia en el templo. Una honda tristeza le carcomía la esperanza y la vitalidad. El viejo había decidido mentirle a la joven diciéndole que en efecto había dado aviso a Beorn, y que pronto el cambia pieles acudiría en su ayuda. No obstante, Ivorwen sólo le dirigía miradas vacías y volvía inmediatamente a su ensimismamiento, ahora parecía un espíritu errante, uno que buscaba descansar y deshacerse de sus cadenas.

Ivorwen se estaba abandonando, la maldad que serpenteaba por el pueblo la estaba consumiendo poco a poco. La mujer regordeta, sirviente del líder de los hombres del bosque, estaba profundamente preocupada, ya que, si la hija de Belthil moría seguramente ella le seguiría a la tumba. La ojiverde permanecía casi todo el día encerrada, en silencio y observando todo el tiempo por la ventana. Ignoraba a todo aquél que le hablara y parecía murmurar incoherencias. Sin embargo era por los atardeceres que su espíritu parecía volver a ella y salía a contemplar la portentosa floresta del Reino del Bosque Verde que desde allí alcanzaba a verse.

Durante estos atisbos de serenidad el curandero trataba de animarle y le hacía ver la posibilidad de poder ayudar al pueblo y liberarse de las ataduras que la mantenían allí. Le recordaba a su padre y a su gente... entonces aquel brillo de vitalidad revivía en sus lindos ojos verdes y la emoción le iluminaba el rostro, pero a la caída del sol todo era diferente. Al menos en dos ocasiones, el curandero había logrado detener a Ivorwen, que como posesa se encaminaba por las solitarias calles nocturnas del pueblo en dirección al Templo Negro.

-Vorondil me aventuraría a creer que Amond y Gilbre están en el templo.- opinó el vetusto hombre calvo.

Vorondil estaba recargado en una de las paredes enmohecidas a la entrada de la cueva. Afuera llovía ligeramente como los últimos dos días. –Lo sé y me preocupa...- dijo el elfo de ojos ámbar, acercándose al hombre y sentándose frente a él. –Pienso en dos posibilidades: en primer lugar pueden estarse reorganizando recibiendo nuevas órdenes o, en segundo lugar puede que sospechen de algo o alguien, y su ausencia sea una trampa.- analizó el soldado, bebiendo una infusión caliente.

El viejo se estremeció y miró fijamente la fogata que ardía en el centro de la cueva. –Temo que no podemos dilatar en nuestros movimientos, si esperamos demasiado podría ser tarde y si nos precipitamos sería un desastre.- advirtió, frotándose nerviosamente las artríticas extremidades.

-Por ahora creo que es arriesgado movernos, debemos esperar a que esos dos sujetos aparezcan.- opinó, mientras colocaba otro leño de la pila que estaba a un lado de él.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora