Capítulo 45

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Flotaba en la negrura, nada ni nadie a su alrededor sólo la espesa oscuridad que se cernía sobre sus sentidos. ¿Estaba ciego? Acercó su mano frente a la cara, no pudo verla, trató de observar su cuerpo pero tampoco podía hacerlo. Era como si sólo su conciencia estuviera allí, atrapada y buscando la lógica de su estado actual. Se sentía sumamente agitado, cansado... palpitaba en fuertes oleadas un dolor atroz que le nublaba la razón. ¿Qué era aquello? Dolor ¿dónde estaba? Angustia ¿qué estaba pasando? Rabia ¿cómo salir de allí? Agonía ¿cómo dejar de sentir?

*

-¡Quítense!- expresó Radagast, corriendo por la habitación del Rey Elfo, mientras éste era atendido por al menos cuatro elfos sanadores, entre ellos Ereb. La mesa y el estudio de los aposentos reales se habían convertido en desbordantes almacenes de toda clase de medicinas, hierbas, emplastes, ungüentos, tónicos, vendas, paños, utensilios médicos y sustancias varias; que eran mezcladas, machacadas y combinadas.

Una vez más Radagast regresó con paños limpios y un cuenco con agua fresca mezclada con un tónico que le daba un toque ligeramente azulado. Se lo entregó a Ereb y éste volvió a limpiar la grave herida de la pierna del monarca. Radagast por su parte era ayudado por otro sanador, para intentar suministrar al rey un líquido para controlar el dolor y la infección, sin embargo, debían maniobrar arduamente para lograr que el soberano tragara el preparado.

Otros sanadores se encargaban de vigilar el corte que habían hecho entre las costillas para drenar la sangre acumulada que oprimía los pulmones y el corazón del monarca, y que comprometía su vida. La herida no dejaba de sangrar desde que Seregon encontrara al Rey Sinda en las cercanías del palacio, hacía ya dos días. Desde entonces, los aposentos reales se habían convertido en un lugar de actividad y preocupaciones incesantes. Los rostros serios y angustiados de los elfos revelaban la crítica situación en la que su señor se encontraba. No tenían idea de lo que realmente había sucedido al monarca, ahora sólo estaban lidiando con las consecuencias de ello. Sin embargo, los sanadores se sentían frustrados ya que la atención del rey era más lenta pues debían esperar a que la sintomatología revelara lo que estaba mal, no había lugar para la antelación, sólo para la especulación; un terreno peligroso cuando la vida de alguien pende de un hilo.

¿Cuántas veces había visto a Nimphelos, la gobernanta del palacio, y a un grupo de elfos, correr con cuencos llenos de agua escarlata donde se vertían los paños ensangrentados? Había ya perdido la cuenta. La cama y el suelo se teñían con los vestigios de la sangre del monarca, pese a los esfuerzos minuciosos por mantener todo lo más pulcro posible. Radagast, normalmente de talante sereno, ahora se encontraba histérico ante el muy factible nefasto desenlace. Constantemente luchaba por alejar los pensamientos catastróficos de su mente, pero con las horas y los pocos resultados, le resultaba muy difícil.

Fuera, en el hermoso portón de roble con el emblema del Reino del Bosque Verde, se encontraban Anardil y Seregon. Ambos igualmente consternados al ver desfilar a los sanadores, Nimphelos y otros elfos; con los rostros sombríos. Ambos Capitanes deseaban permanecer al lado de su señor, sin embargo, debían atender sus respectivas responsabilidades. Además habían llegado a la conclusión de que el Reino del Bosque se encontraba ahora mismo en una situación precaria, de la que el enemigo podría sacar provecho fácilmente ante el menor descuido. Debido a ello se reforzaron los patrullajes de la Guardia del Bosque Verde, robustecidos por la Guardia Real, y se mantuvo constante comunicación entre éstas y los Consejeros Reales, Isilion y Lenwë.

El Capitán de la Guardia del Reino del Bosque Verde, Seregon, se había retirado a recoger los últimos informes del estado del reino. De camino a su despacho, se encontró pensando en el momento en que hallara al Rey Thranduil tendido sobre una capa de nieve. Podía asegurar haber visto lo que a sus ojos parecía un pastor de árboles, un Ent, no podía asegurarlo fue sólo un destello. Sin embargo ¿de qué otra forma podría haber arribado el soberano a las cercanías del palacio? Dîn, el caballo del rey, había sido encontrado hacía dos días atrás cuando galopaba por el bosque; momento en el que la preocupación por la seguridad de Thranduil, se había traducido en un incesante patrullaje para intentar rastrear su paradero. No obstante, Seregon y los elfos de la guardia podían avistar la negativa del bosque a revelárselos.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora