Capítulo 10

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*Estimado lector, gracias por tu tiempo.

-No podemos detener la marcha. Es trascendental que los suministros lleguen al pueblo del Valle, de otra forma, la misión habrá fracasado. Seguiremos.- habló el conductor de la cerreta.

El grupo que se había adelantado con los suministros contaba con tres sanadores y dos guardianes. Uno de los sanadores conducía la carreta, mientras los otros elfos cabalgaban junto a ésta. Aún faltaba poco más de un día de viaje que debían realizar a través de la planicie, hubiesen preferido hacerlo entre la arboleda pues ésta les proveía un camuflaje natural, sin embargo, debían exponerse a campo abierto, confiar en sus sentidos y habilidades.

Uno de los jinetes observó a lo lejos una columna de humo, los despojos de esos monstruos ardían, por lo que supo que el grupo de la retaguardia debía estarse reorganizando para alcanzarlos. Pese a que no les agradaba la idea de detenerse debían hacerlo pronto, ya que, sus animales demandaban reposo luego de la refriega; aunque probablemente eso les daría tiempo al grupo de centinelas de acortar la distancia entre ellos.

*

-Descansaremos aquí Elendë.- advirtió Seregon, señalando un lugar en el que dos recios robles crecían tan cerca el uno del otro que difícilmente alguien podía cruzar entre ellos.

-De acuerdo.- convino el Consejero Real.

Ambos elfos descendieron de sus caballos, escrutaron cuidadosamente a su alrededor, tomaron algunos implementos de las alforjas, sus arcos y treparon a las ramas entrelazadas de los árboles.

-¿Qué opinas Seregon?- preguntó Elendë ofreciendo al Capitán el odre repleto de agua fresca.

-Mis ojos no han visto nada pero eso no es suficiente en estas circunstancias.- respondió gravemente el Capitán de la Guardia bebiendo el agua.

-Lo sé, algo se mueve en la penumbra.- dijo apesadumbrado el Consejero.

-¿Lembas? Fueron hechas por Luinil.- invitó Seregon.

-Hantalë (Gracias) Seregon. ¿Cómo lo haces?- preguntó Elendë refiriéndose a la familia del Capitán.

-Es paradójico, pero hago lo que hago por ellas, aunque ello me aleje. Reconozco que no es fácil, aún menos para Eilinel, pero es mi forma de protegerlas y procurar su bienestar.- aseguró el soldado.

-Respetables son tus decisiones. Me aventuraré a opinar lo siguiente: la cercanía del amor de ellas te asusta y necesitas alejarte porque no crees merecerlo. He observado el amor que los une y creo que tu presencia ilumina sus corazones. Eilinel es muy pequeña, aunque estoy seguro que eres buen padre, es ahora cuando más se necesitan.- reflexionó el Consejero Real ante el semblante serio del Capitán.

-No me había detenido a pensar en algo así... quizá haya algo de realidad en tus palabras.- meditó Seregon.

-Yo no he tenido hijos porque no podría soportar la congoja que me atormentaría, sabiendo del mal latente que subyace en nuestro mundo y, que éste podría arrebatarme lo que más amo. Soy un cobarde egoísta.- confesó Elendë para sorpresa del soldado.

-Consejero; a cada uno nos impulsan o paralizan nuestras ambiciones o miedos. Lo que no concibo es dejar que éstos condicionen nuestra felicidad. Desde mi perspectiva, las batallas que hemos tenido que enfrentar me han enseñado que debo ser capaz de ver la luz aún en la más infranqueable oscuridad.- reflexionó el Capitán de la Guardia.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora