Capítulo 9

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-Nos resta día y medio de viaje para llegar a tu hogar. ¿Puedes describirnos cómo se manifiesta la enfermedad de tu gente?- preguntó uno de los sanadores a Ivorwen mientras comían.

-Por lo que hemos visto, el deterioro es paulatino y se presentan: fiebre, nauseas, falta de apetito, lesiones en la piel, confusión, convulsiones y después la muerte.- explicó la pelirroja con preocupación.

-Probablemente se trate de envenenamiento, aún no podemos asegurarlo. Si es eso, lo importante será atacar el origen.- opinó el sanador seriamente.

-Creo que debido a la emergencia nuestros sanadores se han concentrado en mitigar los síntomas y no han podido descubrir la causa principal. Escuché algunos de ellos hablar sobre un mal en la tierra que está afectando nuestros cultivos y, como consecuencia nuestra salud. Pero nadie sabe nada con exactitud. Lo más extraño es que los remedios parecían empeorar la enfermedad.-reveló Ivorwen con semblante cansado por el viaje.

-Señor ¿cree que lleguemos a tiempo?- preguntó la joven.

-Haremos todo lo que esté a nuestro alcance. Descansa un poco que pronto continuaremos el viaje.- dijo el sanador.

Hacía medio día que la comitiva había dejado atrás las fronteras del bosque y ahora viajaban por terreno abierto que les permitía moverse con mayor rapidez. Ivorwen se había habituado al escaso descanso y atendía con diligencia las instrucciones de sus acompañantes. Poco había podido relacionarse con los elfos pues los encontraba esquivos, lo único que se le ocurría era hacer preguntas continuamente y, aunque respondían siempre, había una especie de barrera que no le permitían cruzar.

Terminaron de comer y montaron sus caballos. Ahora que estaban más cerca se sentía ansiosa, sin embargo, eso la impulsaba para seguir pese al cansancio. El sol brillaba pero el clima era frío, ahora que se alejaban del bosque y miraba atrás, una especie de niebla cubría la tupida arboleda, como si ésta se negara a ser descubierta. De pronto, escuchó que uno de los elfos de la vanguardia gritó indicando con el brazo extendido hacia su flanco derecho, los caballos relincharon ante el repentino movimiento. Al siguiente instante, un par de flechas negras se clavaron en el costado de la carreta, Ivorwen se alteró y casi soltó las riendas del equino.

Los elfos se colocaron en formación de diamante alrededor de la carreta y de Ivorwen. La joven confundida sólo siguió cabalgando, entre el tumulto no podía ver con claridad a los atacantes, los elfos apuntaban con sus arcos y disparaban. Levantó la vista, vio varias flechas negras surcar el cielo que al caer se clavaron en la tierra. Su caballo relinchó cuando éste pisó una lanza con punta metálica. Ivorwen respiró profundo se aferró fuertemente con las piernas al animal, agarró su arco, aguzó sus ojos y pudo distinguir seis pares de orcos montados en enormes lobos. Los arqueros apuntaban a las bestias pues una vez derribados, los orcos serian blancos fáciles, sin embargo, abatir a uno de esos animales requería de varias flechas dirigidas a la cabeza o al pecho.

La joven pelirroja levantó su arco, colocó una flecha y disparó, ésta se incrustó en la tierra cerca de una de las patas del huargo. Dicha acción atrajo la atención de uno de los elfos que iban en la punta, hizo un ademán para que otro lo cubrieran y se acercó a Ivorwen.

-No podemos desperdiciar flechas. Debes cubrirte con la carreta.- dijo el agitado guardián.

-Creo que nos quieren dar caza a todos. Así que pelearé.- apuntó con determinación Ivorwen.

-Si te pones en peligro, nos pones en peligro a todos.- advirtió el elfo.

-Por favor, si caigo en la escaramuza, sólo lleven la ayuda a mi pueblo.- pidió la joven pelirroja, dándose cuenta que los huargos rodeaban la formación.

LÓBREGA PRIMAVERADonde viven las historias. Descúbrelo ahora