Capítulo 51: En tus labios (1/1)

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La habitación estaba a oscuras cuando Hermione entró en ella. Palpó la pared en busca del interruptor, pero no conseguía dar con él, así como tampoco acertaba a encontrar su varita, que se había perdido entre la noche del baile y la noche en la enfermería.

«¡Maldita sea! ¿Dónde la habré puesto?», se preguntó.

Dio unos pasos hacia el interior de la estancia, pero tropezó de repente con la pila de periódicos que permanecía en el suelo desde la tarde y cayó de bruces contra el suelo, lastimándose las muñecas. Entonces, lo vio; el joven rubio estaba tras la cama, sentado en un rincón mientras contemplaba uno de los periódicos, totalmente absorto. La luz de la luna se colaba por los postigos de la ventana y le iluminaba el rostro. Sus facciones parecían severas y su mirada, perdida más allá de la página que contemplaba. Su pelo emitía brillantes destellos en todas direcciones y su piel blanca se tornaba mucho más pálida de lo que ya era, dándole un aspecto peligroso y amenazador. En ese instante, levantó su mirada y se topó con la de Hermione, que lo observaba en silencio, aún desde el suelo.

Al principio, el chico la miraba de forma ausente, como si no fuera a ella a quien viera, sino al fantasma de sus propios pensamientos. Poco a poco, fue centrando la vista hasta que sus grisáceas pupilas se detuvieron en el rostro de Hermione, en sus facciones, y entonces el semblante del Sltytherin se tornó frío y hostil, como si nada entre ellos hubiera cambiado, como si fueran niños de nuevo y se detestaran, como si él la detestara.

- Todo esto es tu culpa – murmuró, tembloroso – Siempre estás metida en todo. ¡Te odio!

Hermione guardó silencio, sorprendida. No sabía defenderse, no quería. La voz de Malfoy sonaba melancólica, rota, destrozada. Sólo podía pensar en lo frágil que se veía Draco en ese momento, en lo humano que era en realidad bajo esa habitual sonrisa de suficiencia y esa actitud de insufrible superioridad. Ahora estaba tan... roto.

- De verdad te odio – repitió el chico, casi en un susurro.

Los problemas de Draco daban vueltas en su cabeza: su padre había manchado de forma imborrable el honor y el linaje de su familia. Era severo, cruel, destructor, tóxico... pero seguía siendo su padre. Su madre le quería mucho, a los dos, pero no era capaz de enfrentarse a Lucius ni al resto de los Malfoy o a los Lestrange. La relación con su padre lo había envuelto en innumerables problemas y había sido arrastrado hasta la orden oscura que lo había llevado a su perdición y a su actual mala reputación. Y ahora, incluso desde tan lejos, Lucius seguía causándole problemas. Su fuga de Azkaban era vista como un acto de valentía para los Mortífagos, pero para Draco, la fuga de su padre era una vergüenza más que añadir a su lista personal, y también era un problema, pues desde que Lucius estaba fuera de prisión, sus garras volvían a cernirse sobre el joven.

¿Y Hermione? ¿Por qué pensaba en ella justo ahora? Hermione... Hermione... ¿Por qué ella y la chica Weasly tenían los periódicos? ¿Quién los había puesto ahí? ¿Qué clase de burla había sido esa?

Draco estaba enfadado. Enfadado con su padre, con los Mortífagos, con su vida, ¡con el mundo! Y no le quedaba nadie en quien confiar, ni siquiera Hermione, y eso le hacía sentirse muy solo...

La leona lo miraba sin saber cómo actuar. Deseaba hacer algo por él, abrazarle hasta que los pedazos de su alma volvieran a unirse, pero él no quería verla.

«Me odia», pensó, apenada. «Lo ha dicho. Me odia de verdad».

- Malfoy, yo... – ¿Qué podía decirle que no supiera ya? ¿Qué podía decir una asquerosa sangre sucia al príncipe de los Slytherins? Es más, ¿por qué le importaba tanto?

La Razón y el Corazón (Draco y Hermione) [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora