#28

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NICHOLAS

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NICHOLAS.

Arriba de mi auto seguí al guardia que el otro día me había golpeado. Espere con ansias este día. Nunca me olvido de lo que digo: siempre se tiene que cumplir.

El guardia da pasos como tortugas mirando a los lados sintiéndose seguido, inquietó se da vuelta repentinas veces. Trató de mantener la distancia lo más lejos posible para no levantar sospechas. Se queda quieto en la esquina de una casa, busca entre sus pantalones las llaves.

—¡Pero miren a quién tengo aquí! —llamó su atención. —Hoy es tú día de suerte, te has ganado una paliza —sonreí divertido.

El hombre se mueve algo inquieto.

—En serio siento haberte golpeado ese día. Estaba haciendo mi trabajo y no pretendía hacerte daño, por favor no hagas una estupidez afuera de mi casa, puede salir mi señora o una de mis hijas —súplica.

—Lo hubieras pensado antes de golpearme. Tu trabajo es ser guardia, eso no implica golpear a las personas si no vigilar.

Doy un movimiento ágil con el fierro entre mis dedos. Él trata de protegerse tratando de tirar golpes y yo copio sus técnicas para estar a su ritmo, fijo mi mirada en cada movimiento rápido. Tira el primer golpe, le doy con el fierro en su puño, al instante suelta un gemido de dolor, aprovechando que era mi turno golpeó con el fierro su cabeza la cual sangra al instante. Balanceándose trata de mantenerse en pie. Tiro el gran fierro a un lado de nosotros y esta vez ocupó mis puños para golpear su abdomen. Cae al suelo, gimiendo, suplicando, rendido, esperando mi último golpe que puede dejarlo inconsciente.

—¡No le hagas daño, por favor! —grita una voz a mis espaldas. Sin verle la cara podía darme cuenta que era una pequeña niña.

Ella tira un poco de mi sudadera tratando de alejarme de mi víctima. Ignoró sus pequeños tirones, no quería tener que empujarla lejos, acabaría de culo en el suelo lloriqueando.

—¿No te enseñan en casa a no meterte en asuntos que no son tuyos?

Observo sus azulados ojos, como los de un gato, redondos y grandes, sus rasgos iguales que los del hombre que acabo de golpear, sus dos mejillas sonrojadas haciéndola lucir tierna. Me miraba suplicando piedad por lo que iba hacer.

—Por favor —lloriquea con sus pequeños ojos cristalizados. —Es mi padre, no quiero quedarme sin un padre —súplica.

—Dale, esta bien tu ganas —Quitó las lágrimas de sus ojos.

Por un momento no me sentí capaz de golpear a su propia sangre delante de los ojos de ese ser inofensivo. Eso no quiere decir que ahora soy bueno, siempre seré malo. Sólo que está es una excepción, la pequeña me estaba suplicando y no tiene la culpa de que su padre sea tan pendejo.

—Gracias —susurra en un hilo de voz.

Le sonrió. Ella rápidamente besa mi mejilla y corre a la casa, cuando viene de vuelta traía a tirones a su madre. Yo ya estaba arriba de mi auto viendo la escena.

Jugando con tus normas © #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora