|Especial| 100. Empujones de gracia.

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Serie: En el vientre de un pez

Pero el Señor hizo que soplara un viento muy fuerte, y se levantó en alta mar una tempestad tan violenta que parecía que el barco iba a hacerse pedazos.
Jonás 1:4 DHH

—Pues échenme al mar, y el mar se calmará —contestó Jonás—. Yo sé bien que soy el culpable de que esta tremenda tempestad se les haya venido encima.
Jonás 1:12 DHH

Bob Fitts nos relató una divertida anécdota durante un Congreso de Alabanza. Cuando era profesor de una Escuela de Adoración, en la Universidad de las Naciones, en Hawai, organizé un paseo para los estudiantes. El río entretuvo al grupo durante horas y el día parecía perfecto hasta que algo sucedió. Un estudiante miró hacia la catarata que estaba detrás de ellos y gritando invitó al grupo a subir para tirarse desde arriba. Sus colegas le siguieron de inmediato, todos excepto Bob.

“Bob, mira qué increíble”, le decían mientras se lanzaban al vacío. Nadie interpretó lo que había detrás de la sonrisa temblorosa del maestro, así que insistieron que se animara a tirarse. La presión del grupo pudo más que el temor, Bob aceptó la invitación.

Logró llegar al borde de la corriente sólo para saludar a todos su alumnos que desde abajo le hacían señas para que se les uniera. Fue en ese instante que la fobia forzó a Bob a darse vuelta para regresar a la seguridad de la orilla. Seguido vino “el empujón”. Sin saber cómo, su pié resbaló en una piedra, perdió el equilibrio y su cabeza dio en el fondo del río. Cuando logró vencer el torbellino de burbujas y su alma volvió a la vida, sus amigos aplaudieron entre risas la hazaña. Bob, mientras tanto, los saludó levantando la mano con el puño cerrado como campeón que celebra su victoria.

Los empujones de Dios a veces son circunstancias que parecen cambiar el rumbo de las cosas y nos hacen perder el control. Sin embargo, son excusas que Él utiliza para empujarnos hacia su corazón. Como el bebé que forzado por una ley que desconoce es sacado del vientre hacia la extraña luz del mundo exterior, lloramos ignorando también que aquel es el camino, el único, para llegar a ser un hombre completo. 

Aquellas olas seguían el ritmo del palpitar de Dios. Los vientos llevaron su voz: “¡Vuelve hijo!”. Mientras, Jonás se alejó nadando hacia el sol poniente.

Por: Danilo Montero
Fuente: [YouVersion]

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