157. Las cicatrices de un corazón.

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En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.
1 Juan 4:10 RVR1960

Me contaron una historia acerca de un pueblo cuyos habitantes tenían la peculiaridad de ser capaces de ver el estado del corazón de las personas. Un día, un joven de dicho pueblo, se situó en la plaza central y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca. Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en él ninguna herida ni rasguños. Todos coincidieron que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.

De pronto un anciano se acercó y le dijo:
—Perdona mi atrevimiento, pero ¿por qué dices eso, si tu corazón no es tan hermoso como el mío, o el de tantas otras personas?

Sorprendidos, la multitud y el joven miraron el corazón del anciano y vieron que, si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encajaban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares a su alrededor. Es más, habían huecos donde faltaban trozos profundos.

La mirada de la gente se sobrecogió.
—¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso? —se decían unos a otros.

El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado, se echó a reír.
—Debes estar bromeando —dijo.— Compara tu corazón con el mío. El mío es perfecto. En cambio el tuyo está lleno de heridas y cicatrices.

—Es cierto, —dijo el anciano,— cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido. Hubo oportunidades en las cuales, entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio, por eso tengo los huecos. Dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día, tal vez, regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón. ¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?

El joven permaneció en silencio, con lágrimas en sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció. El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.

El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.

Con esta reflexión llego personalmente a la conclusión de que el corazón de Dios posiblemente se parezca al de éste anciano, porque Él no escatimó ni a su propio Hijo para que fuéramos salvos, desde el principio de la creación hasta este día Su amor ha permanecido fiel, no hicimos nada para merecerlo y tampoco podemos hacer nada para que nos ame más o menos, Su amor se mantiene incondicional en todo momento, aún cuando lo rechazamos, lo cuestionamos y pecamos.

Este día decidamos empezar una nueva etapa en nuestras vidas, donde sea el amor, lo que nos mueva a realizar cada una de nuestras actividades, pero por sobre todo, a ser agradecidos con Dios por su infinito amor, y agradarlo en todo momento y lugar.

Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.
1 Corintios 13:13 RVR1960

Por: Brisna Bustamante S.

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