Florecer.

50 8 0
                                    

*Narra Equim*

Me tomó con sus brazos y subimos la escalera besándonos.
Abrió la puerta de mi habitación y con la otra mano acarició mi espalda. Sentí como una brisa de exitación recorría mi cuerpo y desprendí su pantalón.

Miré su cuerpo desnudo por primera vez y Sebastian hizo una mueca con su cara que despertó cada músculo de mi cuerpo. Se acercó, tomó mi mano y la paso por su pecho hasta su vello púbico y después, con ansias me quitó la bata.
Mis nervios quedaron en el suelo con el boxer blanco y pude sentir ser la magia de la que tanto hablaba Frida.
Me tomó por cintura y me sentó arriba de él en la cama.
-Sos hermoso.- Susurró en mi oído subiendo por encima de mí. Pasó su lengua por mi cuello y bajó por toda mi espalda. Los movimientos de él, en mí, eran el choques de las estrellas que bailaban con ritmos suaves y después más impetuosos.
Tras varios minutos de regocijo agónicamente placenteros,  golpeando su abdomen con el mío, Sebastian sostenía mis dos piernas, puso su lengua en mi boca y suavemente la mordí. Agarré sus cabellos, tiré de sus mechones y un extraño sonido  animal dentro de mí pedía más.
El tiempo se detuvo entre nosotros esa noche sobre las sábanas blancas de  símil seda que había cambiado algunas horas atrás.

Recorrimos cada rincón de la habitación por medio de gemidos y de su espalda marcada por mis uñas.
Todo tenía un sentido distinto cuando, con sus manos, entrelazaba las mías y me preguntaba:
-¿Está bien así?-

*Narra Sebastian*

¿Donde había estado esa parte de mi toda mi vida? Hacer el amor con Equim fue mi mayor hallazgo. Dejé dentro de él todo el amor que había guardado durante todo este tiempo. Dejé dentro mío sus labios con sabor a tristeza y sus gemidos que me paraban los pelos de todo el cuerpo.

-No quiero que esto acabe.- Me susurró en el oído.
-¿Sos mío?- Pregunté y comencé a moverme con más fuerza.
-Si.- Gimió y me fui dentro de él contra la pared de su habitación.

Nos quedamos acostados en la alfombra, después de transpirar lujuria. Esa noche dejé toda mi cabeza llena dudas sobre sus brazos un poco borrachos.
Su piel de terciopelo calmaba mi ansiedad desbordante de que repitamos lo de hace unos minutos pasados.

-Por favor, no te vistas.- Le dije mientras estaba recostado sobre su pecho y él acariciaba mis orejas.
-Nunca te fuiste aunque hace tiempo no te veo.- Respondió.
-Nunca había hecho el amor con nadie y lo descubrí en tus ojos, en tus gemidos y en tu boca llena de deseo.- Le dije y me puse sobre él algunos minutos después, dispuesto a volver a sentirlo mío.
-Le pusiste amor a mi sexo barato Sebastian, cada mañana me levanto pensando en dónde estarás y si regresaras, pero termino con cualquiera que se te parezca un poco.-
Nos paramos frente a frente, Equim me miró y metió un dedo en su boca.
Me acerqué, agarré su mano y la lleve hasta el lugar donde surgía toda mi excitación.
-Soy tuyo. -Hice una sonrisa canchera y él se arrodilló sin quitar su mirada de la mía.
¿Era eso su lengua? ¿Era eso lo que querían decir cuando hablaban del placer? Yo estaba duro y empujaba su cabeza mientras movía mi cadera.

Lo tomé una vez más por la cintura y  lo giré de espaldas a mí.
-No me hagas esperar.- Me dijo con sensualidad y más curiosidad.
Bajamos las escaleras y nos quedamos en el sillón en forma de L.
Lo abracé por detrás, giré su cara  para verlo florecer y me hundí dentro suyo. Equim abrió la boca, se retiró un poco y  luego levantó las caderas a mi encuentro.

-Te extrañé.- Me dijo con su respiración agitada.  Agarré su cabello y pregunté quién otro se lo hacía como yo, ¿quién era yo esa noche? Pensé y cerré los ojos.

Después de un rato lleno de amor en la oscuridad y el silencio de la casa, Equim se durmió en mi pecho. Cuando duerme su boca se queda quieta y suele levantar las cejas, se resfriega la mano en los ojos y se queja porque siempre tiene frío.
¿Quién le había hecho daño? Pensé y comenzaron a caer las lágrimas.
¿Cómo alguien podía lastimarlo? ¿Quién era el dueño de sus miedos? Si yo pudiera ponerme todo su daño, lo tomaría y se lo sacaría como él sacaba mis sonrisas por la madrugada. No sabía si comermelo a besos o dejarlo que descanse.
Mi cuerpo sabía quién era él. A pesar del tiempo sin verlo, el seguía siendo el laberinto donde me había  perdido hace un tiempo y esa noche encontré la salida.

Me quedé un rato más perdido ahí, entre el templo de su cuerpo desnudo y el mío. Noté su extrema delgadez y volví a abrazarlo.
En ese momento escuché un golpe en el portón.

2:30 am (parte I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora