Capítulo 5: Follamigo premium.

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Unos firmes toques en la puerta me arrancaron de la tranquilidad de mi sueño con la crueldad del despertador que se te olvida apagar el fin de semana y te obliga a madrugar cuando llevas apenas dos horas durmiendo. Me quedé quieto un momento, con todo el cuerpo en tensión, asimilando dónde estaba.

La habitación no me sonaba, porque no había estado en ella antes de esa noche. La música me resultaba vagamente familiar, como si fuera parte de un lugar de vacaciones de mi infancia olvidado por el tiempo que hacía que no lo visitaba.

La presión en mi pecho era lo más familiar. Tenía una mano puesta sobre mi camisa, y la otra sobre su cabeza. Sabrae.

Sonreí. ¿Me había quedado frito con ella encima? No me extrañaba, la verdad. Estaba comodísimo, incluso con el peso de su cuerpo aplastándome ligeramente y haciendo que me fuera un pelín más complicado respirar. Podría acostumbrarme a ser como un colchón.

Los toques volvieron, insistentes. Chasqueé la lengua: cualquiera que fuera el imbécil que estuviera intentando molestarme, lo llevaba claro. Le castigaría con mi furia silenciosa si se atrevía a abrir la puerta.

-Ocupado-gruñí, odiando tener que hacer más ruido y así poner en peligro el sueño de Sabrae. Cuando ella se revolvió ligeramente sobre mi pecho, yo la abracé para impedir que se moviera, haciendo una burbuja protectora con mis brazos alrededor de su cuerpo. Si alguien hubiera venido a reclamarla en ese momento, se habría encontrado con un pseudo novio posesivo que no la dejaría marchar sin pelear.

Ya me había peleado por ella una vez esa noche. No me importaba que fueran dos. Lo difícil es empezar a delinquir, no reincidir.

-Soy Bey-respondió mi amiga al otro lado de la puerta, y yo me mordí la sonrisa. ¿De verdad había estado a punto de liarme a leches con ella?

-Pasa.

Ella abrió la puerta, y su melena afro de siempre, a la que ya había recuperado, se difuminó como un halo dorado con las luces del pasillo.

-Me quedé esperando un ratito, a ver si escuchaba ruido. No quería interrumpir-explicó, cerrando de nuevo la puerta y encendiendo la luz del techo, a la que yo no recordaba haber apagado. Puede que la casa tuviera uno de esos sistemas inteligentes que hace que todos los electrodomésticos se apaguen si detecta que hay alguien durmiendo en la cama. Quizá tuviera algún sensor de pulsaciones.

Me pregunté si la casa también haría algo especial si notaba que las pulsaciones se aceleraban en vez de ralentizarse. Si prepararía algún desfibrilador por si me daba una taquicardia al notar que estaba al borde del infarto por ver a Sabrae desnuda.

O si pondría música sensual si por un casual adivinaba que estábamos follando.

Bey se detuvo en seco a los pies de la cama, su vestido negro ciñéndose a sus curvas y mostrándome a la perfección cómo su pecho se hinchaba al tomar aire al darse cuenta de que yo no llevaba puesta la camisa, sino que lo hacía Sabrae, que estaba tumbada encima de mí.

-No hemos hecho nada-le dije, y ella asintió con la cabeza, mordiéndose el labio, y dejó unas cuantas botellas de agua a mis pies, aún sobre el colchón.

-Lo sé.

Sabrae se removió en mi pecho y se giró para mirar a Bey. Se frotó la cara y rodó encima de mí, cayendo a mi lado.

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora