Alec se me quedó mirando, estupefacto, con la mano en la mejilla como tantas veces había estado la mía, y sin embargo de una forma en la que la mía no lo había estado nunca.
-Pero, ¿¡esto a qué cojones viene!?-ladró, impresionado por mi arranque de ira, y no sé qué me molestó más: que se atreviera a indignarse conmigo, o que ni quisiera admitir que sabía de sobra a qué se debía todo aquello. Me crucé de brazos y alcé las cejas, haciendo uso de un autocontrol que no sabía que tenía. Quería cargármelo, quería gritarle hasta que mis pulmones estallaran en una explosión de fuego y vísceras, quería que se arrepintiera hasta de la última sílaba que hubiera pronunciado con mis amigas.
También quería castigarlo, y quería hacerlo de un modo tan oscuro que me habría asustado de estar yo en mis cabales. Pero no lo estaba.
-No lo sé, ¿a qué piensas que viene?-respondí, tajante, juntando tanto las cejas en un ceño fruncido que por un momento pensé que mi cráneo acusaría tanto la presión de mis músculos faciales que terminaría por resquebrajarse. No sabía cómo estaba haciendo para no temblar de pies a cabeza, pero estaba tan estática que cualquiera habría dicho que era una estatua que derrochaba ira por sus cuatro costados.
Alec gruñó por lo bajo algo que yo no conseguí entender, y que me enfureció todavía más. Dado que era tan gallito con las chicas, ¿por qué no lo era conmigo? Si tanto le gustaba sacar la lengua de paseo con mis amigas, ¡que también lo hiciera conmigo, con quien para colmo se suponía que tenía más confianza!
-Supongo que no serás tan cría de molestarte porque no haya podido quedar antes-bufó, frotándose la cara y mirándose la mano, como si esperara encontrársela ensangrentada. Me dieron ganas de arañarle-. Sabías que tenía curro; si querías quedar antes, deberías habérmelo dicho y podría haber cambiado el turno. No puedo permitirme que me echen, ¿sabes? Especialmente ahora que tengo tantos gastos, no puedo simplemente no presentarme porque a ti te apetezca... lo que sea que te apetece-hizo un gesto desdeñoso con la mano en mi dirección, mientras arrugaba la nariz como si acabara de oler una mierda-, porque está claro que sexo no es.
Aquel gesto fue lo que terminó con el poco saber estar que aún me quedaba.
No sólo me mentía.
No sólo me hacía tener una pelea increíble con mis amigas, con Amoke, con la que nunca había tenido una movida tan grande como la que acababa de venírseme encima.
No sólo me trataba como una chiquilla desvalida que no puede cuidar de sí misma y que necesita que la representen en todo momento.
No sólo se comportaba como si él fuera el caballero de la brillante armadura que debía guardarme de todos los males, como si yo fuera una patética damisela en apuros...
... sino que, para colmo, todavía me trataba con chulería, como si yo fuera una niña caprichosa que no sabe procesar que le han dicho que no, a la que le entra un berrinche impresionante en plena juguetería. Alec me estaba hablando con el mismo tono de voz que llena los grandes almacenes en época navideña, cuando los padres se enfrentan a unos niños maleducados y tremendamente mimados que quieren todo y no están dispuestos a renunciar a nada.
Estaba chalado si pensaba que se lo iba a consentir.
-¡¿De verdad piensas que mereces sexo después de cómo la has cagado a niveles interdimensionales, Alec Whitelaw?!-bramé, y Alec alzó las cejas y se llevó una mano al pecho.
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B o m b ó n (Sabrae II)
RomanceHay dos cosas con las que Sabrae no contaba y que le han dado la vuelta a su vida completamente: La primera, que Alec le pidiera salir. Y la segunda, que ella le dijera que no. Aunque ambos tienen clara una cosa: están enamorados el uno del otro. Y...