Capítulo 53: Las grandes mentes piensan igual.

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No podía creerme lo bien que me había salido la tarde hasta entonces. Vale que había tenido que improvisar un poco con el tema del beso de Duna, pero por lo demás, todo me estaba saliendo a pedir de boca. Confiaba en que Sabrae disfrutaría más estando con su hermana más pequeña que si la llevaba a hacer algo más de pareja, un poco menos estandarizado. Quería demostrarle que me importaba, que la conocía y que no tenía pensado rendirme tan fácil como parecía que había querido hacerlo hacía unas semanas. El tío pesimista que había decidido que simplemente no se la merecía había desaparecido, y yo no tenía pensado salir en su busca.

Había sido un puto genio ideando el plan, aunque esté feo que yo lo diga. Sabía lo importante que era el día de San Valentín para Sabrae (y mentiría si dijera que no lo era también para mí) por lo detallista y romántica que era ella, así que había planeado de manera minuciosa lo que haríamos esa tarde: la llevaría a algún sitio bonito, puede que al Jardín Botánico (ése en el que cenarían mis padres, pero sin comida incluida); después, iríamos a ver una peli en los iglús (en los que había que reservar hora por Internet para ese día), improvisando un picnic con quesos y frutas y puede que un poco de champán, si conseguía encontrar alguna botella a un precio razonable o me armaba de valor para robarla en el súper. Nos besaríamos bajo una película que le dejaría escoger, y que veríamos en la cúpula del iglú, y luego iríamos a hacer el amor a mi casa, que estaría convenientemente vacía gracias a los planes de entrenamiento de mi hermana por un lado, y la costumbre de mis padres de ir al Jardín Botánico cada San Valentín por otro.

Ya tenía todo eso pensado cuando salió el tema con Scott y Tommy, y jamás en mi vida había tenido un momento de lucidez como el que tuve en el momento en que se me ocurrió que puede que Tommy pudiera hacernos la cena, el único interrogante que aún tenía sin despejar. Cuando él me dijo que no iba a ser posible porque ya tenía planes, conseguí convencerme a mí mismo de que no pasaba nada, que todo lo demás estaba genial.

Y, luego, Sherezade había conseguido que Scott regresara al instituto y habíamos pasado la tarde con Sabrae y sus hermanas mientras Zayn se follaba a su mujer en todos los rincones de la casa. Pude ver cómo sonreía mi chica cuando estaba con sus hermanas, incluso cuando la fastidiaban tanto que sólo podía esbozar muecas de puro fastidio. Aun así, estaba feliz. Nada le gustaba más que estar con Scott, Shasha y Duna, siendo total y absolutamente hermanos, con todo lo que eso implicaba. Dicen que a los niños que nacen en una familia numerosa, o les encanta o detestan a sus hermanos; estaba claro qué era lo que le sucedía a Sabrae.

De modo que, cuando Duna soltó un suspiro de satisfacción mientras la arropábamos y dijo que aquel había sido el mejor día de su vida (porque no habíamos parado de prestarle atención), yo vi claro mi futuro. Cristalino, diría yo. La única manera de darle el mejor San Valentín de la historia a Sabrae era haciendo que lo disfrutara como había disfrutado en familia, demostrándole que la entendía y que valoraba la relación que tenía con sus hermanos; incluso hasta la envidiaba. Qué no daría yo porque Aaron no fuera un hijo de puta, y tener alguien más con quien cuidar de Mimi, y también hacerla de rabiar.

Me había tocado reorganizarme a la velocidad del rayo, pero había merecido la pena: se tragó con patatas la mentirijilla que le conté de que tenía que doblar (lo cual no sería mentira si, de no ser extremadamente previsor, y puede que un poco ansioso, no le hubiera suplicado de rodillas a Chrissy que me cubriera incluso después de que en administración me dijeran que iban a tramitar mi petición de día libre de forma preferente –eso sí, después de sobornarlas con bollos de crema de la receta secreta de Pauline-), de modo que no podríamos pasar más que la noche juntos, así que su cara cuando le entregué la cesta con todas mis cartas resplandeció como una estrella al comprender que sí tenía algo preparado. Y su sonrisa viendo lo bien que se lo pasaba Duna estando conmigo valía mil veces lo que todo el dinero del mundo: dejaría que un camión con ácido me atropellara y volcara su contenido sobre mí por aquella sonrisa, si eso me garantizara verla de nuevo. ¡Y todavía me había dado las gracias por lo que estaba haciendo por Duna, como si quien tuviera que agradecer algo fuera ella y no yo!

B o m b ó n (Sabrae II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora